(In)tolerancia religiosa
En los regímenes teocráticos, la disposición anímica a la credulidad religiosa se valora como condición de su propia existencia, mantenimiento y reproducción; las leyes que rigen sobre la vida social se acoplan con nitidez a los mandamientos de los textos sagrados y la desobediencia a éstas se trata como apostasía y ofensa al Estado y a Dios. En ocasiones, el delito es interpretado literalmente como pecado mortal y la pena legal como venganza legítima y justa. El ejercicio del poder del gobierno es tanto más efectivo cuanto más profunda es la convicción religiosa entre la ciudadanía. Combinada la fórmula ideológica con una dosis precisa de nacionalismo y ortodoxia religiosa, gran parte de la sociedad civil es trocada en milicia disciplinada; predispuesta psicológicamente a convertirse en población fanatizada, en objeto de fácil manipulación y de muy pobre sentido del humor.
Las huestes musulmanas en Libia, enardecidas por la puesta en escena de una parodia al profeta preferido de su Dios, sitiaron y arrasaron la embajada estadounidense y asesinaron a su embajador. Creen que Mahoma habría sido ofendido y se arrogaron en su nombre la potestad absoluta de restaurar su honra mancillada por el trivial cortometraje (“La inocencia de los musulmanes”), maldiciendo a los Estados Unidos porque allí se hizo y alentando el asesinato de su realizador, de origen judío…
Así como para el cristianismo y el judaísmo, para el Islam la vida humana vale menos que el Dios que llevan programado en su imaginación. Las protestas violentas se propagaron en varios países de la región, de modo similar a cuando un diario Danés publicó caricaturas de Mahoma, en 2006. Sobre su autor pesa aún la amenaza de muerte. De igual modo, los disturbios recuerdan el asesinato del cineasta Theo van Gogh, quien, en 2004, realizó un cortometraje (“Submission”) en el que criticaba la violencia contra la mujer en las sociedades islámicas. Incluso los productores de la serie animada “South Park” ya habían sido amenazados de muerte por caricaturizar a Mahoma y fue censurado el episodio en la televisión por razones de seguridad.
No se trata de un desahogo más contra la política imperialista estadounidense en el medio oriente. Las religiones monoteístas dominantes en el mundo son las responsables de este tipo de estallidos de violencias salvajes y nada civilizadas. Al grito de guerra santa “Alá es el único Dios y Mahoma es su profeta”, le preceden los textos del Corán, y sólo en Occidente sus propagandistas venden una interpretación distorsionada y suavizada de su voluntad expresa: “Realmente, a quienes no creen en nuestras aleyas (versículos), les quemaremos en un fuego, y cada vez que su piel se queme les cambiaremos la piel (…) para que paladeen el castigo…” (4: 59/56); “¡Combatid a quienes no creen en Dios (…) ni prohíben lo que Dios y su Enviado prohíben, [a quienes no practican la religión de la verdad (…) Combatidlos…” (9: 29): “Cuando encontréis a quienes no creen, golpead sus cuellos hasta que los dejéis inermes…”(47: 4). “Las peores bestias, ante Alá, son los infieles.” (8:57); “Malditos serán dondequiera que se encuentren, serán cogidos y matados sin piedad, según la costumbre de Dios…” (33: 61); “Matadlos donde los encontréis (…) Esa es la recompensa de los infieles.” (2: 187); “No hay ciudad a la que nosotros no aniquilemos o atormentemos con terrible tormento antes del día de la Resurrección.” (17: 60)
Recicladas o plagiadas las mismas prescripciones que aparecen siglos antes en el pentateuco judío y cristiano, la religión islámica confiesa su indisposición a retractarse de sus antiguas prácticas de violencia extrema: “No hallarás modificación en la costumbre de Dios.” (33: 62) Y sobre esta creencia ortodoxa se sostiene la vida social y el orden de la ley con relativa normalidad, incluyendo las atrocidades a los infieles, a los ateos y a las mujeres: “Los hombres están por encima de las mujeres (…) Aquellas de quienes temáis la desobediencia (…) confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas.” (4:38-34) ¿A qué Dios, sino al imaginado por hombres, podría interesarle la subordinación de las mujeres? ¿A qué registro anímico sino al de la locura pertenece la manía obsesiva de forzar a creer de un único modo a todos los crédulos, y de paso exterminar a los infieles?
Al parecer, en las sociedades donde impera la religiosidad, el sentido del humor se pasma y el carácter se trinca. No son profetas, ni políticos, ni ejércitos; ni promesas trascendentales, ni armamentos, lo que hace falta para remediar los brotes de violencia, de odio y de intolerancia religiosa. Hacen falta pensadores libres y buenos comediantes; y, sobre todo, ganas de reír…