¿Esperando a Godot?
Godot puede ser también en este caso un misterioso proyecto de ley que el gobernante no se anima a presentar ante la Legislatura para reestructurar la institucionalidad cultural. No sabemos qué es, a qué viene, ni qué vamos hacer con el proyecto si llega. Ah, pero tampoco llega.
Sea un personaje o una ley, ese es nuestro Godot de turno. Que siempre tenemos uno, ¿no?
A este lo esperamos existencialmente, sin mucho sentido ni siquiera de urgencia. En lugar de aprovechar la espera para discutir con ardor, a nivel de todo el país, una nueva política cultural; una discusión que trascienda la intimidad de artistas e intelectuales. Aunque, como yo lo he hecho, lleguemos a las mismas conclusiones de algunos artistas e intelectuales. Después de todo, ellos saben más del tema. Pero pienso que ese debate amerita difusión.
En los círculos especializados donde se discute el asunto ya hay hasta candidatos a gurú en carrera. En los círculos políticos hay un debate intenso entre los que apoyan uno que otro candidato.
Más allá de eso, la discusión no ha trascendido como se merece cuando la cultura en estos momentos puede ser una solución económica para el país. Y buena falta que nos hace alguna.
Muchas de las conversaciones sobre el tema son tan complicadas y proponen diálogos y procesos tan y tan largos que parecerían querer repensar la cultura para el próximo siglo. No es ese tipo de discusión la que propongo, ni que se extienda per secula seculorum. Lo que propongo es que abramos el tema para que todo el mundo sepa qué es lo que se está discutiendo. Ahora y para ahora.
Lo que se está discutiendo es si nombran un nuevo director para el Instituto de Cultura Puertorriqueña o consolidan varias agencias dedicadas al quehacer cultural antes de nombrar a alguien que dirija la cultura como un proyecto económico. Hay quienes proponen que las cosas se queden como están, hay quienes proponen una consolidación a medias y hay quienes proponen un templo autónomo con una mitra bien grande para colocarle a alguien en la cabeza. Hay también los que proponen un diálogo más grande todavía para diagnosticar de nuevo al paciente.
Yo pienso que los diagnósticos en este país sobran. Las soluciones están todas sobre la mesa. Lo que hay es que escoger alguna.
El debate sobre una nueva política cultural entre los verdaderos interesados ya peina canas. Ha sido tan inclusivo que muchos de los que lo debatieron ya no están para contarlo, aunque algunos siguen participando desde el más allá. Se vuelve a debatir el tema y vuelve alguien a plantear que tal o cual sector tiene que participar, o que a tal o cual personaje lo tenemos que escuchar. Y seguirán apareciendo sectores y personajes interesantes para nunca acabar. Y nacerán nuevas generaciones a las que tendremos que escuchar porque los últimos que hablaron ya se pusieron viejos.
Ya está bueno. Yo me siento requetebién representada por un montón de compañeros que han participado ya en esos círculos de discusión y han traído propuestas para lo que todos estamos buscando: una política cultural coherente.
Lo que ciertamente no creo es en levantarle un nuevo templo a la cultura, nombrarle un príncipe o una princesa que lo presida y darle una autonomía fiscal con los chavos del pueblo de Puerto Rico para que se erija en mecenas. Mucho menos creo en buscar nuevas fuentes de ofrenda para el templo que impliquen otro impuesto al contribuyente.
Lo que se requiere es una nueva política cultural coherente con lo que tenemos. Repito el término porque parece que el consenso es usar la misma palabrita: coherente. Eso tiene que ver con que sea lógica y consecuente.
No hay que inventarse la rueda. Otros países lo han hecho por nosotros. Las políticas culturales de muchos países han cambiado a medida que se encuentran y relacionan con la economía de los países. Es hora de que la nuestra lo haga. Que se encuentren en el medio de la sala y se pongan a bailar. Es hora de promover una nueva política cultural que se inserte de lleno en la economía y se convierta en una de las principales fuentes de ingreso del país. Es hora de que nuestro reconocido talento y capacidad artística nos rinda dividendos más allá del placer de la excelencia, la celebración, el gusto y los éxitos individuales.
Puerto Rico necesita un Ministerio de Cultura. Claro, que en la colonia se llamaría Secretaría de Cultura. Pero estamos hablando de lo mismo: un departamento con rango de gabinete que centralice todas las competencias de asuntos culturales. Que agrupe todos los quioscos sueltos. No hay que hacer un templo nuevo. Lo que hay que hacer es unir los bloquecitos.
El problema es que nadie quiere soltar su quiosco. Eso de consolidar agencias y corporaciones culturales no le cae bien a los que prefieren ser jefes de su pequeña parcela. Y algunos jefes de parcela están muy bien protegidos por los legisladores que tendrían que hacer el cambio.
¿Saben cuál podría ser el presupuesto de una Secretaría de Cultura consolidada? $85.9 millones. La información la provee el Presupuesto Recomendado para el 2013-14 por la Administración de Alejandro García Padilla en su página de Internet. Si usted piensa que el presupuesto recomendado para el Departamento de Agricultura en esa misma página es de $16.6 millones y el de Recreación y Deportes es de $37.3 millones, se dará cuenta de que estoy hablando de una Secretaría peposa.
Para eso habría que colocar bajo una sola sombrilla ocho quioscos: el ICPR, la Corporación del Centro de Bellas Artes, la Corporación de Puerto Rico para la Difusión Pública, la Corporación del Conservatorio de Música de Puerto Rico, la Corporación de Cine, la Escuela de Artes Plásticas, la Corporación de las Artes Musicales que incluye desde el Festival Casals hasta la Orquesta Sinfónica y una subsidiaria que yo no sabía que existía que se llama la Corporación de las Artes Escénico Musicales y la Oficina de Conservación Histórica que administra Ballajá. Son ocho.
Sí, ya me tapé. Sé que me van a tirar hasta con las tenis por atentar contra la autonomía fiscal de cada uno de estos quioscos. Pero eso es lo que creo.
Estamos hablando de una reestructuración absoluta de la política cultural del gobierno. Estamos hablando de ahorrar al eliminar la dualidad de algunas funciones, al eliminar algunos cacicazgos y puestos de confianza en cada quiosco, y al eliminar contratos con amigos, parientes y dolientes. Ahorrar en la burocracia que ahora se traga toda la inversión de los contribuyentes para poder invertir mejor en nuestro quehacer cultural.
Porque la cultura ya tiene que ser vista como eso, una inversión y una fuente de ingreso, generadora de empleos y actividad económica, no de puestos en el gobierno y subsidios a proyectos que no se sostienen solos. Ciertamente habrá siempre algunos de estos que ameritan ser subsidiados porque son una inversión moral. Pero no todos los que se les ocurren a los productores que viven de sus contratos con el gobierno central y los municipales, ¡por dios!
Si algo nos sobra en este país, repito, es talento artístico. Pues vamos a usarlo a nuestro favor en momentos en que la economía pide a gritos nuevas formas de crecimiento.
La política cultural que desarrolló exitosamente el ICPR tiene que cambiar. En su misión de conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores de la cultura puertorriqueña, nadie lo pudo haber hecho mejor que la institución que creó Ricardo Alegría.
Aunque al mismo gobierno que lo engendró no le guste, lo que hizo el ICPR fue precisamente articular la primera función de cualquier política cultural: consolidar la construcción del Estado, de nuestra nación en este caso, sobre una cultura propia, distintiva y esencial que se respete. Nunca le estaremos suficientemente agradecidos a don Ricardo por eso.
Lo próximo es necesariamente la segunda función: poner a trabajar la cultura para nosotros, no solamente nosotros para ella. Abrir una avenida de dos carriles. Uno que va y uno que viene.
Me dicen que para eso se necesita un gobernante con liderato, voluntad política y… cultura. Estipulado está que nuestro gobernante no es precisamente un De Gaulle, pero puede que se encuentre su André Malraux. Aquí hay más de un personaje que llena el expediente.
Los que conciben al gobierno como mecenas de la cultura van a estar en desacuerdo con que la cultura se convierta en un motor económico. Pues sepan que las nuevas generaciones de artistas prefieren un gobierno facilitador –que no los estorbe– a uno que los subsidie y los controle. Hace tiempo que las mejores producciones del país no reciben dinero del gobierno. Lo que reciben es impedimentos.
Hay que concebir el mercadeo de la actividad cultural como cualquier otro desde sus cuatro puntos cardinales: producto, precio, distribución y promoción.
Hay que canalizar la actividad estética para ponerla a producir para el país. Mirarla como una inversión. Y toda inversión se hace esperando una ganancia. Hasta ahora somos ricos en ganancia espiritual y Cicerón estaría contento entre nosotros con su cultura animi, el cultivo del espíritu. Pero llegamos a los tiempos de cultura bolsilli.
Hay que trabajar con todo lo que ha hecho de la institucionalidad un escollo. Lo que la hace disfuncional. Como lo son las legislaciones amparadas en un supuesto propósito cultural que lo que hacen es torpedear proyectos para patrocinar otros. Como tratar a todos los productores como si fueran Angelo Medina. Como ofrecer indiscriminadamente descuentos para los espectáculos que cada día los hace más imposibles como generadores de empleo y ganancias. Como legislar faraónicamente para proyectos que solo le interesan a un político. Como trabajar la cultura en claques de amigos. Ahora mi claque está adentro, ahora la mía.
Un joven gestor cultural articula mejor que yo lo que necesitamos. Javier Hernández propone un Plan Nacional de Cultura en el que todo el mundo esté en la misma página:
“Que todo el mundo sepa a la hora de legislar qué es lo que queremos hacer, cuáles son los lineamientos y qué nos propusimos a nivel nacional en cuanto a la cultura”.
Propone tres ejes que articulen un nuevo diseño organizacional que flexibilice la institucionalidad: “el patrimonial, que debe encargarse de la conservación y preservación; el de la vinculación cultural a la educación, y el de las industrias culturales y cómo en ellas se estimula la demanda cultural que a su vez se utilice como motor de desarrollo económico”.
Sobre todo, propone que no exista un gurú, sino una especie de monitor del plan que sencillamente siga esos lineamientos.
Estoy de acuerdo con Javier. No quiero estar con los que esperan a Godot si se trata de un gurú. Es más, si eso es lo que esperamos, no quiero que llegue Godot.
PRESUPUESTO RECOMENDADO 2013-2014
Instituto de Cultura Puertorriqueña
$28.8 millonesCorporación de las Artes Musicales
(Orquesta Sinfónica, Festival Casals, etc.)
$9.2 millonesCorporación de Puerto Rico para la Difusión Pública
(WIPR)
$18.1 millonesCorporación del Centro de Bellas Artes
$6.3 millonesCorporacion del Conservatorio de Música de Puerto Rico
$10.3 millonesCorporación de Cine
$7.2 millonesEscuela de Artes plásticas
$4.2 millonesConservación Histórica (Ballajá)
$1.8 millonesTOTAL
$85.9 MILLONES