El rescate que nunca llegó (26 de marzo)

Paralelamente, en la prisión colonial llamada Puerto Rico ya empiezan a oírse los cantos de sirena de los borregos y apologistas del régimen fascista imperante, a saber, todos los que repiten cuál papagayo aquella letanía interminable: “¿qué haríamos sin el americano?”
Incluso algunos provocadores salen en redes para dirigir el discurso público hacia la conclusión de que todos los que odiamos estar colonizados debemos mordernos la lengua ahora que el benevolente Tío Sam piensa enviarnos hasta tres mil cuatrocientos dólares ($3,400) por familia de cuatro.
Thank you! I love you so much! You are the best! – dicen las octogenarias enclaustradas, firmes en su devoción por aquella nación que, según afirman, llegó para calzar al jíbaro salvaje, pavimentar las trochas rurales y permitir a los analfabetos trabajar en farmacéuticas y fábricas de antaño.
Oiremos alguna que otra adorable abuelita boricua agradeciendo el día en que el Águila Imperial la esterilizó sin su conocimiento, allá para la década de los sesenta, porque si en algo nos ayudó el Imperio fue en reducir los números de nuestra población. Somos bestias y debemos ser menos. Agradecemos acatando el mandato y, si es necesario, nos mataremos los unos a los otros hasta llegar a cero.
Puerto Rico se destaca por encontrar la virtud en el agresor. Pareciera su marca registrada. Cuando el grupo Menudo revolucionó el mundo del espectáculo en los años ochenta, seguro que varios periodistas locales sabían lo que se escondía detrás de esa historia: un patrón de abuso sexual y depravación sin precedentes. La respuesta es la misma que hoy, todos dijeron, “nada, olvídate de eso chico, mira que bien bailan los nenes, además de ser preciosos.”
Acá lo importante son los chavos. Si alguien vio un centavo debe ser bueno.
Los animales en el zoológico lucen bellos también. De hecho, lucen dignos de foto y pintura. Ver a un león, domado por los barrotes de su celda, le da un semblante trágico y lírico, cosa que hasta lo vemos inofensivo. Igualmente, el puertorriqueño deslumbra con su belleza exótica y brío domesticado. Me da ternura pensar en los millares de jóvenes puertorriqueños que ven en el artista Benito Ocasio Martínez h/n/c “Bad Bunny” un símbolo de rebeldía, mientras que él, desde su estatus de nuevo rico e ídolo coronado, capitaliza invitándolos a decir “Yo Hago Lo Que Me Dé La Gana.”
Mire usted, mocoso, usted puede hacer dinero, puede dejar que le fotografíen en paños menores, puede perrear y gritar improperios en frente del altar de la Catedral de San Juan Bautista; puede drogarse y luego sacarle provecho escribiendo libros de autoayuda sobre cómo superar la adicción; puede fundar una empresa cuasi-exitosa para que el Grupo Ferrer Rangel le glorifique en sus pasquines infomerciales; puede hasta ganar las elecciones bajo la insignia del PNPPD o si no le parece bajo el MVC; puede hacer muchas cosas excepto una.
La colonia no se discute. Es y punto. No hay ni habrá rescate colonial.
Aún recuerdo el sentimiento de frustración que embargó cada fibra de mi ser cuando Puerto Rico enfrentó aquella catástrofe propiciada por el huracán María. Para esa época era un empleado subyugado que, con tal de apaciguar a mi patrono, le hacía eco a su mentira y consentía cobardemente al rótulo de empleado por cuenta propia. Bajó la tormenta, se desmoronó la infraestructura, se fueron las luces y el famoso patrono desapareció sin rastro. Miraba el WhatsApp y nada que contestaba mis mensajes. Traté de llamarlo desde el Teodoro Moscoso. Nada.
La quiebra mía fue real, pero en el papel pude evitarla únicamente porque mi familia me respaldó con fondos. FEMA me declaró no elegible. De resto la empresa que supuestamente yo tenía, pues imagínese que ya ni la tenía. Arrodillado e indefenso ante mis circunstancias, lloré más de una vez, y pensé en que tal vez estaría todo mejor si muriera y al menos mis familiares pudieran cobrar el seguro de vida. Al menos así mi vida tendría algún rendimiento económico, al menos así mi esposa podría seguir pagando la educación de nuestra hija y, quién sabe, hasta poner el pronto hacia la hipoteca de alguna vivienda digna.
Tengo una memoria viva de lo acontecido para ese entonces. La economía de Puerto Rico colapsó peor de lo que está colapsando la de Estados Unidos de América para estas fechas, claro está, tomando en cuenta la diferencia en escala. A eso habría que sumarle que ya para septiembre de 2017 la isla afrontaba su propia quiebra, con sus finanzas bajo la lupa de la nefasta Junta de Control Fiscal y con todos sus indicadores económicos por el piso.
Nadie discute que en Puerto Rico murieron miles de personas a raíz del Huracán. Hubo un brote alarmante de casos de leptospirosis. Comerciantes locales lo perdieron todo en el espacio de 48 horas. Jamás olvidaré la historia de un encopetado notario que fue visto caminando en círculos en el estacionamiento de su oficina, luego de que vientos huracanados se llevaron muchas escrituras con sellos de Hacienda originales y que no alcanzó a digitalizar. Sabía que eventualmente perdería hasta la licencia para trabajar. El Tribunal Supremo nunca perdona al soldado avisado.
Pasó lo que pasó, claro, pero la hecatombe no fue suficiente para motivar al Congreso de los Estados Unidos de América a que legislara un rescate económico para la isla. En Washington D.C. lo llaman bail out. Ustedes pueden pelear conmigo por decir lo que consideran sandeces, pueden tratar de humillarme con frases trilladas como por ejemplo “los que piensan como usted son menos del 2%” y lo que sea. Lo que no podrán negar es que para la isla no hubo ni habrá un plan de reactivación económica que no deletree la palabra colonia.
La mejor forma de ver esto es recurrir a las matemáticas. Los pasivos de Puerto Rico ascienden más o menos a la cantidad de ciento veinte mil millones de dólares. Esto quiere decir que con una veinteava parte de los dineros legislados hoy para rescatar a la economía de la Nación Imperial se podría haber pagado casi que la totalidad de la deuda de la isla, de manera que todos hubieran ganado, incluso los acreedores y fondos buitres. En últimas ese dinero habría redundado en mejoras para la misma economía estadounidense, toda vez que muchos fondos de pensiones se nutren de bonos puertorriqueños. It was a win win bruh!
Sólo hay una respuesta. Los Estados Unidos de América no nos considera dignos de rescate. Los beneficios que lleguen serán por carambola. Para nosotros directo no hay un bail out ni siquiera después de la catástrofe más extrema. Conozco a mi gente. Saldrán los fanáticos del presidente ahora a decir que a Puerto Rico se le asignaron más de cien mil millones de fondos especiales para la reconstrucción.
Primero que todo esa cifra es falsa y si la cree, usted es un pobre estúpido. A lo sumo habrán asignado veinte cinco mil millones o menos, si es que nos referimos a fondos realmente transferidos a alguna cuenta puntual del gobierno. Por otro lado, darle dinero al gobierno de Puerto Rico es como darle azúcar al caballo. ¿A quién se le ocurre que habrá de compartir?
Si usted cree que los supuestos fondos de recuperación han redundado en beneficios para la población basta con que lea lo que ha dicho la misma comisionada residente, Jennifer González, hace apenas unos pocos días: “El dinero federal que conseguí en el congreso es para tirarlo a la calle a correr, a producir, a fortalecer nuestra economía. No a quedarse en cuentas d (sic) gobierno almacenado.” Fuente Twitter: @Jenniffer2012.
Estados Unidos de América, el país que confiere a los puertorriqueños beneficios que no se ven y libertades que no se tienen. Yo sé que usted atesora su pasaporte. Lo invito a que lo use hoy día para moverse libremente por el mundo. Dele. Si quiere lo llevo al Aeropuerto Luis Muñoz Marín. ¡Demuestre que es un ser libre!
Este escrito no es un intento de hacerme autoterapia. No pretende convencer a nadie ni ser constructivo. Tampoco estoy para apaciguar los ataques de ansiedad de aquellos que se la jugaron toda por un amante que jamás les corresponderá. Tuve una conversación con un amigo que me dijo algo que me he tomado a pecho: “ni entienden lo que usted escribe, han vivido otra cosa.”
Pues si, han vivido una mentira. Han adulado al Judas, mientras se cantan los más cristianos. Entregaron a Cristo a cambio de una moneda de oro que se quedó varada en las oficinas de FEMA o el IRS.
Cuando lancen su Ay bendito recuerden que en esta tierra gana otro dicho popular, uno mucho más apropiado además de estar en inglés: “tough luck.”