«Deseo salvaje»
Sientan la brisa, oigan las olas, súbanse a la tabla
Escuchen:
“Deseo salvaje” fue escrita e interpretada en 1974 por un chamaco de dieciséis años que cantaba para Eddie Palmieri, llamado Lalo Rodríguez. En esta interpretación juvenil transpira una empatía adolescente con el género romántico que encantaba a nuestros padres y a nuestros abuelos. Deseo que quiero evocar con este escrito.Deseo salvaje
de sentir en mis brazoooos
la mujer que hacen años
se robó mi querer
Es como si reprodujera el suspiro de un joven Werther, nostálgica y adolescentemente enamorado. Sí, el romanticismo nos seduce fácilmente a esa “tierna edad”. Y lo dice como si se creyera todo un adulto, para colmo cantando con Palmieri. “Deseo salvaje” es como los boleros de Tite Curet para los salseros de la “generación” anterior, los de los 60 y los tempranos años 70: “La tirana”, “Puro teatro” y “Mi grave problema”, entre muchísimos otros que merodean esos años.
La mía es una generación a quienes de una y otra forma nos sustituyeron o nos alternaron el canto del coquí con los ruidos de la calle suburbana o el barrio citadino. Y de entre esos sonidos alternos –“salvajes”, aunque lejos de la selva natural– los que con más cariño recordamos son los de la música. Pienso en la salsa y el rock; lo que para otros sería la pachanga y el bugalú, o Arsenio y Benny. Los sonidos de la salsa, y el rock, son parte de nuestros coquíes. Y eso en Nueva York, Eddie Palmieri y Willie Colón, entre otros, lo imantaron en unos LPs que son esenciales en el archivo digital de nuestros recuerdos. Y estas generaciones celebran la llegada de la primavera con El Día Nacional de la Salsa. En estas canciones está plasmado el sonido de nuestra naturaleza. Esos son mis sonidos naturales: eso es parte de mí.
Eso es “Deseo salvaje”:
Deseo que aumenta mis ansias
y que hace perder la razón.
Soledad que día a día destruye
mi corazóooónnn
Ese deseo corresponde con el “andar con la pena / de que nadie sepa cuál es mi dolor” que inmortalizara Cheo Feliciano. Es la conexión naturalmente mágica entre los impulsos internos del deseo y del sufrimiento que electrifica nuestras vidas: es la batalla de Changó y Obatalá en “Changó ta vení”1 o el ying/yang de nuestro cuerpo y nuestro espíritu. Y digamos que para mí esa conexión tiene dos nombres con sus apellidos: Tite Curet Alonso y Lalo Rodríguez. El primero escribió más de mil canciones; y el segundo, que no ha escrito pocas, solo pegó bestialmente una: “Deseo salvaje”, ese bolerito que escribió cuando tenía quince o dieciséis años. Pero no digamos que es poco. De esa generación Gilbertito la pegó más duro que Lalo, pero no compuso una canción exitosa que yo alcance a recordar. Esto explica por qué para mí, Lalo es el sonero representativo de esta generación; lo que Luis Enrique, Eddie Santiago, Víctor Manuelle y Domingo Quiñones son después para las suyas como Héctor Lavoe e Ismael Miranda lo fueron años antes, como “los niños mimados de la Fania”.
Fue una genial coincidencia que durante la transición que desembocó en la salida de Quintana, Eddie Palmieri alternara tarima con la Orquesta Tempo Moderno –en la que cantaba Lalo– y que Justo Betancourt interviniera para que Eddie escuchara tocar a estos jóvenes y luego le diera una audición a Lalo, quien le cantó con la guitarra “Deseo salvaje”.2 Y con ese chamaquito grabó un disco que ganó el primer Grammy Latino: The Sun of the Latin Music (1974). Según el locutor del cuento “Para complacernos” de Manuel Abreu Adorno, este chamaquito “era parecido al anterior, al que tiene (y entona) ‘adoración, eres tú mi adoración’”.3 Solo que en Sentido (1973) están Quintana y los hermanos Andy y Jerry González; y en el otro, no. En el otro están Lalo, Peter Gordon en el corno francés o trompa; Barry Rogers en su trombón y en la tuba tenor –creo que por primera vez; Tony Price en la tuba; y nada más y nada menos que Alfredo de la Fe en el violín. Ya lo había dicho Richie Ray, su doble o alter ego de Brooklyn —recordemos que Palmieri es del Bronx—: “Hay que buscar la forma de ser siempre diferente”. Y con permiso de Quintana, ese chamaquito le metió bien duro a ese disco que le mereció a Palmieri su primer Grammy, y con el que “el rumbero del piano” le decía a todos “sus amigos” que se le habían ido:
¡Nada de ti!
Yo tengo tengo tengo tengo otro amorcito mamita.
¡Nada de ti!
Quiero que sepas que de ti,
este niche na necesita.
Voz que veinte minutos después o veinte minutos antes, muy cariñosamente exclamaba: “Que yo contigo nunca quisiera tener problemas con nuestro amor. ¡Nunca contigo, mi corazón!”.
Además, en The Sun of the Latin Music, Palmieri complace nuestro deseo por rescatar el cruce de recuerdos de los múltiples sonidos de la calle o el barrio y caribeñizó para siempre a los Beatles con “Una rosa española”. Esa danza-son traduce a los roqueros británicos a un figurado lenguaje doméstico-caribeño:
Dale un besito a tu papi,
no te pongas así.
T´sabes bien que te quiero
solamente yo a ti.
¡Wao qué deseo más salvaje!
¡Quédate tranquila y no fastidies más!
Y para acabar de establecer las conexiones y expansiones de los estadios de su música, grabó “Óyelo que te conviene” en su siguiente disco Unfinished Masterpiece. ¡Sí, su inconclusa a lo Schubert! Esta versión de “Óyelo que te conviene” es un tributo al sonido que había creado con La perfecta y con sus amigos, al tiempo que es una expansión de las dimensiones sonoras de la versión grabada en 1965 en Azúcar pa’ ti. Las trompetas sustituyen los trombones, ahora están “Eladio tumbando” y “Chucky … repicando ¡qué rico bongó!”, y nuevamente los saxos, el corno francés, la tuba y el violín. En la primera versión, Quintana, Barry Rogers y el propio Palmieri cedían protagonismo para que escucháramos a “Manuel repicando” y “Tomás … tumbando”. Y “Azúcar pa ti tiene que ser la grabación definitiva de Eddie Palmieri durante su comienzo con La Perfecta”, como dice Aurora Flores en la página web que la Fania le dedica a este disco de Palmieri.
¡Tamaño homenaje a la música que hacía con sus amigos!, con el que además establecía sus nuevas dimensiones sonoras, parecidas a las inmediatamente anteriores con Quintana y los González. Esa es parte de la bendición y la maldición de Lalo: grabó sus primeros y más inolvidables éxitos con este bandón. Para colmo, de ahí migró a la banda de Tommy Olivencia, similarmente repleta de metales. Lalo fue condenado a tocar con la versión renovada del Big Band en los tiempos más difíciles para la salsa. Tiempos de salsa romántica tan renegados por sorprendentes puristas de este ritmo tan ecléctico y propenso al cambio. Tiempos en los que sonora y económicamente hubiera convenido más regresar al conjunto, chiquito, como posteriormente hizo la PVC en los noventa, jugando con la timba cubana, y Viento de Agua, renovando sabrosamente la plena. No obstante estar perdiendo la “lucha sonora”, la salsa se sostuvo gracias a la persistencia de los Eddie Santiago, Jerry Rivera, Frankie Ruiz, Tito Rojas, el Cano Estremera, Gilbertito Santarosa y muchos otros, quienes lograron mantener este sonido bestial, este deseo salvaje, repicando en los oídos de nuevas generaciones.
Y este tributo al sonido de otra generación nos conectaba. Permitía no solo que viéramos la relación de unos tiempos con otros sino que añoráramos un pasado que nunca vivimos. Es una correspondencia generacional. Un mensaje del viejo Palmieri –el que grabó en 70 con La Perfecta y antes con Tito Rodríguez y Johnny Seguí– para los adolescentes de los años setenta: para sus hermanitos del Bronx, sus primos o tal vez sus hijos. Conexión que nos transporta a “Azúcar pa ti”, obra magistral –¡¿más que su posterior Unfinished Masterpiece?!– y con la que metonímicamente también nos advierte: “¡Cuídate compay! No creas en nadie. Mira que te caes”.
- Grabado por Celia Cruz con La Sonora Matancera en los 50 y por El Gran Combo con Andy Montañez en 1971. [↩]
- Hiram Guadalupe Pérez, Historia de la salsa, San Juan: Editorial Primera Hora, 2005, p. 153. [↩]
- El cuento forma parte de ¡Llegaron los hippies! San Juan: Ediciones Huracán, 1978. [↩]