Behind the Candelabra
Estoy convencido de que además de haber ocultado sus secretos gais por muchos años, Hollywood nos los ponía en pantalla para que los descifráramos, con una serie de pistas obvias y no tan obvias, lo suficientes para revelarlos. Al mismo tiempo lo hacía para despistarnos, para que creyéramos que era simplemente un chiste.
Posiblemente, la primera broma sobre el tema es cuando en “Bringing up Baby” (1938) Cary Grant, luce una bata de tela transparente, con encajes y volantes que le pertenece al personaje de Katherine Hepburn. Una señora (la fenomenal May Robson) irrumpe en el bungaló en que se encuentra Grant y le pregunta asombrada: “¿Qué hace vestido de esa forma?” Y luego de un intercambio genial, él responde: “Pues porque me he hecho gay súbitamente”. La destreza de Grant para la comedia hizo pasar el momento como uno jocoso, pero fue la primera vez, que yo sepa, que esa palabra se uso para hacer referencia al transvestismo o a la homosexualidad. Me pregunto si era una declaración de la vida que el actor vivía con Randolph Scott en esos momentos. Era una época en que con facilidad los estudios podían controlar mucha de la información que fluía sobre sus estrellas, y Grant y Scott, artistas excelentes que vivieron juntos una década, continuaron filmado buenas películas, algunas juntos, sin que se afectaran sus carreras.
No fue así con todos. En los años cincuenta comenzó a despuntar la carrera de Rock Hudson. Un íntimo amigo suyo, el desaparecido actor George Nader, era su colega en los estudios de Universal y tenía un compañero (Mark Miller, más tarde secretario de Hudson). Cuando los rumores de la homosexualidad de Hudson, comenzaron a incrementarse, para protegerlo, el estudio básicamente le entregó a Nader a la prensa en bandeja de plata. La carrera de Nader en el cine americano terminó, y se refugió con Miller en Europa, donde fue exitoso por un tiempo.
Mientras tanto, Hudson se convirtió en una de las estrellas más grandes de Hollywood y, en sus famosas cintas con Doris Day, hay muchas referencias a lo gay, incluyendo una directa en “Pillow Talk”(1959), en la que el mismo Hudson, en el papel de Brad Allen, le dice a Day que, a su nuevo amigo, un tejano que el mismo Hudson esta personificando, “le falta algo” porque no la ha invitado a subir a su habitación. Más tarde, Hudson como el susodicho tejano, con mucho amaneramiento, le pide la receta de un “dip” a un camarero en un bar, con el meñique muy levantado. Esos chistes continúan, particularmente en otra película con Day (“Lover Come Back”, 1961). Ella le ha jugado una treta y lo deja sin ropa en la playa donde la ha llevado para seducirla. Llega al hotel de madrugada vistiendo un abrigo de visón de mujer y dos tipos que andan en la Gran Manzana en una convención y que antes lo han visto con distintas mujeres comentan algo como: “Es uno de esos… el que menos nos esperábamos”. Esos estrujones en el rostro del espectador que vive lejos de Hollywood y no sabe los detalles de las vidas en esa ciudad, eran también un intento para alejar nuestros pensamientos lo más lejos posible de que Hudson fuera homosexual.
Por contraste, a quién se le escapaba, excepto a un grupo de mujeres que lo querían adoptar, que la forma de comportarse y la fastuosidad de las vestimentas y los adornos de Liberace tenían un obvio componente gay. Era, como dice un personaje en la película que hoy reseño, lo más gay que se podía ver en un escenario en lugares de primera línea en aquella época.
Los esfuerzos para ocultar que Liberace era gay eran mucho más elaborados y costosos. La película de HBO muestra, además, que la mentira sobre la orientación sexual de las estrellas hollywoodiense era intensa y penosa, y que la vida para los que tenían una orientación sexual que no fuera heterosexual, era un infierno.
La película es arriesgada de muchas formas y, simultáneamente, tímida. El gran reto era el reparto. Había que asignarle los papeles principales a estrellas que sostuvieran la trama chismográfica y atrajesen espectadores sin que se afectara la imagen que de ellos tenemos. El paso de Gordon Gekko (“Wall Street”) a Liberace es un riesgo pequeño para Michael Douglas, quien está en las postrimerías de su carrera. Douglas toma ese paso gigantesco en su carrera artística con aplomo y gran soltura, como si de momento pensara en su padre y fuera a actuar de verdad. Solamente en una escena me pareció que se rompió la ilusión de que, sin duda, esta es la reencarnación de Liberace. Igual de sorprendente es la transformación de Matt Damon en el amante chofer, Scott Thorson. Aunque está su papel anterior de homosexual reprimido en “The Talented Mr. Ripley”, nos hemos acostumbramos tanto a verlo como Bourne, saltando de techo en techo, o tratando de escapar de esa imagen de héroe de acción haciendo de tipos comunes en películas pobres, que nos impresiona como se adentra Damon en este papel poco halagador de un buscón pretencioso. El riesgo también se extiende a que las dos estrellas pasan bastante tiempo juntos en la cama, desnudos y en posiciones que no dejan dudas de qué es lo que hacen.
Tal vez por eso el superlativo el director Steven Soderbergh, con timidez, hizo la película para HBO, para que sea vista por una audiencia “selecta” (casi dos millones de personas vieron el debut de la cinta y, sin duda, más la verán) que no se ofende ni se escandaliza al ver a dos actores actuar, ni a dos hombres en la cama. Pesa también que vemos más los cueros de Damon que los de Douglas. Douglas tiene cinco años más que los que tenía Liberace cuando comenzó su romance con Thorson en 1976 (cinco años antes de que se reportara en la literatura médica el primer caso de SIDA) pero tal vez no está en la misma forma física que el entretenedor de Las Vegas lo estaba en aquel momento.
En los años entre los 50 y los 70, Liberace era el artista mejor pagado en el mundo, y mucho de ese dinero lo usó para ocultar su homosexualidad de ese mismo mundo. Protegió su imagen negando lo que era usando su poder financiero para vivir una mentira. Asistía a lugares públicos de encuentros homosexuales clandestinos sin alterar mucho su vestimenta exageradamente vistosa. Tal vez pensaba que su poder lo hacía invisible. La película presenta ese aspecto de su vida muy bien y nos familiariza con las complicadas maniobras usadas por su agente Seymour Heller (Dan Aykroyd) para evadir los medios noticiosos y las complicaciones que creaba Liberace por su desfachatez. Situación que lo llevó a contraer y morir de sida.
El filme falla en no iluminar qué era lo que propulsaba a Liberace a ser como era. No me refiero a su sexualidad sino a su falta de perspectiva sobre el mundo que lo rodeaba. El simplismo de que vivía apegado a su madre (Debbie Reynolds) me pareció francamente ridículo y, aunque entendemos que se cansó de su amante Thorson, en realidad no entendemos por qué, según nos quiere hacer ver la película, fue tan feliz con él. No sé la veracidad de lo que dijo Liberace en su lecho de muerte, lo que sí sabemos es que el derecho que tenía a vivir su vida como quisiera no se lo permitió una sociedad hipócrita que lo explotaba. Por suerte, a pesar de los ataques que continúan contra algunos individuos, el mundo se mueve a aceptar que todos en la sociedad merecen respeto y que se les reconozcan sus derechos.