Audience of One

Saul Loeb
¿Quién es Trump? Es la pregunta que se hace James Poniewozik en Audience of One, un fascinante estudio de publicación reciente. Al terminar la lectura uno concluye que a medio camino en su investigación o escritura, Poniewozik posiblemente se dio cuenta que la pregunta más precisa que hay que hacerse para abordar el fenómeno Trump no es quién sino qué.
El asunto material, histórico y biográfico que supone el tema (origen, educación, marco social de su formación, etc.) no es algo que le preocupe de forma primordial a Poniewozik; solo hay unas referencias mínimas a estas instancias. Ni siquiera una exploración al contexto político específico que propició el surgimiento de Trump como figura nacional (aunque los lectores podrían deducirlo). Poniewozik quiere más bien indagar las condiciones culturales, el fenómeno mediático Trump en tanto objeto disponible para la apreciación semiótica; es decir, qué significa Trump y cuál es el entramado cultural que condujo a la aparición de ese signo.
Así dicho, parecería que el proyecto de Poniewozik está desvinculado de cualquier contacto con la realidad de los individuos y las instituciones afectados por Trump y sus acciones. No es así, tampoco es un llamado a las trincheras, a las marchas o a los mítines, ni un manual de resistencia para las generaciones marginadas por las leyes creadas por y para el 1%. Es más sutil pero no menos pertinente y útil para nuestro momento, un estudio (light) sobre las mentalidades y las ideologías que atraviesan la coyuntura política norteamericana.
La hipótesis principal de Poniewozik es que Estados Unidos actualmente está siendo gobernado por un personaje. Desplegadas por todo el terreno del texto el lector encontrará ocasionales menciones a Baudrillard, Debord y McLuhan, así la noción de personaje no parecerá demasiado descabellada para cualquiera levemente familiarizado con teorías mediáticas. La forma de modernidad que estamos precariamente atravesando remplaza la proyección de la identidad en los dispositivos de divulgación con la existencia material del creador de la proyección. Es decir, el “Trump” que se proyecta en Twitter es más real que el Trump que envía los tuits. En lo que sigue de esta reseña me referiré a este personaje como “Trump”, cuando haya alguna referencia a la triste cáscara habitada por el personaje será Trump sin comillas.
Según Poniewozik, “Trump” llegó al mundo de las cosas visibles el 21 de agosto de 1980. Tom Brokaw, reportero norteamericano de reconocida trayectoria, lo entrevista para The Today Show. Un empresario aparentemente exitoso que ha hecho su fortuna especulando con las Bienes Raíces de la urbe nuyorquina. Es un mundo post aristocrático, pero uno en el que el status no sólo no ha desaparecido sino que se ha filtrado insidiosamente para crear un velo invisible entre las relaciones. En ese mundo, las criaturas vivas adquieren su status no por lo que tienen, sino –y esto es clave- por lo que parece que tienen. La imagen es entonces una especie de cualidad metafísica que atraviesa los entendidos y las referencias.
Antes de esta entrevista, “Trump” estuvo fascinado con el mundo del espectáculo, he intentó su suerte ligándose a Hugh Hefner y a columnistas de chismografía como A. J. Benza de Newsday (quien dice “No le importaba lo que dijeras, solo que pusieras la palabra ‘billonario’”). Buscaba así insertarse en el negocio de la producción de imágenes hedonistas y del ultra lujo. Cuando esto no le dio resultado porque no le trajo la visibilidad que buscaba (al ser opacado por los enormes egos que ya ahí reinaban), entonces apareció la entidad de la celebridad. Poniewozik lo resume con precisión: “al fracasar como productor se convirtió en la producción.”
La entrevista con Brokaw inicia el avance por el panorama cultural norteamericano de “Trump” como objeto de consumo. El sueño post-materialista y hippie de los 60’ se desvaneció en las ventanas y en las grabaciones de Watergate y poco a poco se reinstaló en la cultura la práctica del consumo como cualidad esencial de lo “americano”, mientras la sociedad en general hacía un vuelco al conservadurismo.
El verdadero negocio de Trump es el negocio “Trump”, establecer un contrato implícito entre los espectadores y la ilusión de una vida glamorosa y ultra lujosa. Este negocio está más vinculado a cierta idea de los 80’, cierto predominio de la marca sobre el objeto en sí y de forma blanda evoca las latas Campbell de Andy Warhol. La repetición y repetición del logo “Trump” ilustra, como bien indica Poniewozik, “la transformación del negocio en iconografía”. El verdadero producto no es el edifico sino el nombre colgado en él.
Los 80’ fueron los años de expansión del ícono: casinos con botellitas de shampoo en forma de T, un jet privado con una enorme T desplegada en él e incontables apariciones en los medios solidifican en el imaginario cultural la presencia de la marca “Trump”. La instauración de “Trump” en los 80’ concluyó con un juego de mesa extremadamente mediocre. Trump: The Game fue una sensación de venta que la gente compraba con la esperanza de llevarse a su casa un pedazo del sueño. Era básicamente Monopolio pero orientado a jugadores crueles. La premisa central del juego era disfrutar mientras se aplasta al oponente. El nombre “Trump” estaba en todo: los billetes, las reglas, los dados… El mensaje era claro, la única manera de avanzar en la vida es ser despiadado y no tener vergüenza alguna en ver al otro pulverizado.
Así se consolida “Trump”, la entidad que gobierna los Estado Unidos ahora mismo. La próxima década fue la de aglutinar el sentido en la cosa pública. Atraer hacia el vórtice “Trump” todas las claves del lujo y la prosperidad que se pudieran extraer de la cultura norteamericana. Se convierte en el negociante-macho-signo, vaquero sin sombrero de la frontera salvaje del comercio y emblema del empresario en Home Alone, mientras proliferan sus apariciones en talk shows y programas de radio.
Este avance coincide, lógicamente, con la caída financiera de Trump, el real, y el comienzo de las bancarrotas. Sin embargo, ante el colapso de la realidad el simulacro vino al rescate. Ya se había hecho obvio que “Trump, el hombre de negocio” nunca fue una entidad próspera y que era “Trump, la celebridad” quien había entrado a dirigir, como un fantasma, ese resto etéreo que quedaba del hombre de negocio. A comienzos de los noventa la vestimenta del negociante se cae del cuerpo y “Trump” entonces se viste con el disfraz del negociante-celebridad. Es la indumentaria que lleva puesta todavía, ese es el presidente de los Estados Unidos.
Así 1997 aparece The Art of the Comeback. Texto que quiere ser una especie de relato épico, narra cómo “Trump” surge de las cenizas para permanecer en la cúspide. Poniewozik lo dice mejor y la traducción es mía: “[El texto] no es realmente una historia sobre un hombre de negocio. Es en el fondo una fantasía de Hollywood, un recuento del mito americano, sobre un dios secular, la celebridad, de cómo ésta muere y es resucitada.” “Trump” es un objeto creado para los consumidores del reality TV que somos todos nosotros, es una entidad que ha estado atrayendo hacia sí durante toda su vida múltiples signos de riqueza para convertirlos en símbolo listo para ser devorado por los espectadores.
Poniezowik genera en su argumento un discurso tipo guía de estudio, no espera darte una lectura definitiva pero te invita a que consideres la importancia de la cultura popular –en sus múltiples ramificaciones– a la hora de entender la emergencia de ciertos populismos corrosivos y de gran calado; y del papel que los medios juegan en esa emergencia (FOX como brazo propagandístico de “Trump”). Cuando fracasó el hombre de negocio –o precisamente porque el fracaso es el caldo de donde se nutren los narcisismos– “Trump” activó al dios Celebridad para monetizar una persistencia en los escenarios, una duración. Steve Doocy, uno de sus acólitos más servil y rastrero, resume el efecto “Trump” a la perfección: “Muchas veces hoy, sentado en su gran escritorio que observa desde arriba al centro de la Ciudad de Nueva York, Donald Trump estará enviando tuits.” Como si fuera el nuevo oráculo para los caídos.
Extrapolaciones no vinculadas al texto de Poniewozik pero estimuladas por la lectura.
“Trump”, y no está demás reiterarlo, es el gobierno del síntoma, un signo raro de un conflicto que no se ve a simple vista. Si un gesto brillante se le puede atribuir a “Trump” es el de haberse convertido en un malabarista de la demagogia. Logró identificar intuitivamente el conflicto esencial de la sociedad norteamericana (el origen violento, de clase y de raza sembrado en la fundación de la nación), y se colocó a sí mismo en el centro para hacerlo estallar. La demagogia puede definirse como la habilidad tóxica de capturar claves culturales y lingüísticas simples con el objetivo de alienar del escenario público y político a una porción considerable de la población; y una vez capturada la enajenación convertirla en arma contra la población misma. “Trump” atrapa el resentimiento y el olvido de vastas franjas de la ciudadanía para alimentar la pira sacrificial del dios de la celebridad en el que se ha convertido. Muy bien lo expresa Poniewozik, para “Trump” es mejor “llegar al centro de un conflicto que llegar al centro de la verdad.”
Cómo Trump llegó a ser poseído por “Trump” y logró atrapar la voz de millones, es la tarea que le tocará a los analistas serios que quieran investigar si el experimento democrático norteamericano puede sobrevivir. Que Trump, una sabandija sub-alfabetizada brotada de la alcantarilla más pestilente de Manhattan, haya llegado a ser presidente de un país (de cualquiera) es un asunto que le tomará a estudiosos e historiadores décadas desenmarañar. Cabe anotar que el ascenso de “Trump” a la palestra política nacional indica, posiblemente, la presencia de una fisura profunda en la sociedad norteamericana; fisura que el partido Demócrata no sólo ha sido incapaz de sanar, sino que la ha agrandado violentamente. La incapacidad profunda de este partido de aludir a la población blanca y pobre de la ruralía y los suburbios -que siente que ha sido abandonada por el proyecto político federal- mientras captura sin potenciar la voluntad de las minorías, está en el centro de la trampa demagógica que “Trump” ha fabricado.
La democracia ocurre y se forma con la materia dura de las cosas, entre ellas el dolor y el sufrimiento. No hay democracia sin empatía. Esa es una de las coordenadas que tenemos los observadores para concluir, sin duda, que la entidad “Trump” anuncia la revuelta de odios atávicos y que por lo tanto urge resistirla.