¿Soberanía cultural?
Esa conclusión no es mía. Ha sido siempre la posición de la izquierda más lúcida del país.
La discusión de una política cultural coherente me devolvió recientemente a este tema con el maestro Antonio Martorell. Toño recuerda que esa fue la posición articulada por Gilberto Concepción de Gracia para oponerse a la creación del Instituto de Cultura de Puerto Rico en 1955. No prevaleció, por supuesto. Pero quedó para el récord que desde un principio hubo un sector que entendía que la cultura de un país no se debe ceñir a una corporación pública cuasi privada y mucho menos aislarla en un concepto de soberanía selectiva.
Cuando traje el tema a este foro hace varias semanas atrás (Esperando a Godot, 28 de junio de 2013) lo hice para abrir una discusión sobre la necesidad de fraguar una nueva política cultural. El debate parece haberse quedado entre los defensores a ultranza del Instituto de Cultura Puertorriqueña y los que creemos que debemos movernos a un ministerio de cultura con todas las letras. Lo de la política cultural coherente flota sobre ese debate sin posarse. Lo que nos quieren llevar a discutir es si conceptualizamos la cultura como una industria para producir pantaletas o pasteles y si lo que queremos es destruir la memoria de don Ricardo Alegría. ¡Por Dios!
Es necesario hacer notar antes que nada que si el ICP fuese la plenitud que alegan sus defensores, no estaríamos discutiendo esto. Lo discutimos precisamente porque no ha podido serlo, por la vulnerabilidad de ese modelo.
¡Claro que el ICP tiene a su haber grandes éxitos! ¿Quién los niega? Partimos de ellos. Hemos reconocido hasta la saciedad que en su misión de conservar, promover, enriquecer y divulgar los valores de la cultura puertorriqueña, nadie lo pudo haber hecho mejor que la institución que dirigió Ricardo Alegría.
El ICP articuló la primera función de cualquier política cultural: consolidar la construcción del Estado, de nuestra nación en este caso, sobre una cultura propia, distintiva y esencial. Nunca le estaremos suficientemente agradecidos a don Ricardo por eso, repito sin cansarme.
Un recuento de los éxitos del ICP siempre es necesario y nos enorgullece a todos. Pero no sostiene las conclusiones de que lo único que se necesita es devolverle su lustre y sostener la “continuidad”.
Lo menos que necesita Puerto Rico es “continuidad” de lo que nos ha traído donde estamos. Con ese argumento entregaron el único aeropuerto internacional del país y nos tienen dándole vueltas a la noria en prácticamente todo lo que tiene que ver con desarrollo económico y social.
El mejor argumento para un cambio radical en la política cultural del país es precisamente el manejo y la decadencia del modelo anterior. Si el ICP ha sido maltratado y dilapidado fue por su vulnerabilidad como agencia menor sujeta al capricho de los gobiernos que no ven la cultura como eje de desarrollo ni como pilar de la soberanía nacional. Construir sobre lo aprendido no es destruir el pasado. Es avanzar.
La cultura de un país, en su esencia más silvestre, es el modo de vivir de un país. Encapsularla en una corporación cuasi privada y otorgarle generosamente el grado de soberanía cultural no es aceptable. No resuelve la realidad de lo que han sido de facto embelecos coloniales para soslayar el tema de la soberanía nacional.
La soberanía fiscal hace rato que está desprestigiada y desenmascarada como el embuste que es. Es y ha sido un espejismo que cada vez que nos acercamos desaparece.
La soberanía deportiva que defendemos con uñas y dientes sobrevive por puro talento y a bofetá limpia. Encapsulada en el Comité Olímpico, también ha sido colocada en posición de estar mendigándole al gobierno de turno el apoyo que amerita y nunca el deporte ha tenido el rango y la estatura que debe ostentar, como lo ostenta en las naciones que son soberanas de verdad, no soberanas en parcelas.
Los anexionistas desprecian esas parcelas porque nos acercan, según ellos, a concebirnos como una república bananera. Saben que uno de los escollos más grandes a sus planes de anexión son precisamente esas parcelas que el país no quiere entregar. Pero no dejan de ser parcelas.
Entonces… me parece que hemos llegado al meollo de esta discusión. Colonialistas versus anticolonialistas. Así como lo leen.
De un lado los que se conforman y dan las gracias por su nicho rutilante de soberanía cultural. Del otro los que creemos en que a la cultura no se le deben poner apodos. Y tampoco a la soberanía.
Un instituto autónomo (que no lo es) no resolvió ni resuelve la carencia de una política cultural coherente y un departamento con estatura de ministerio que se merece toda nación que se respete. La cultura debe ser colocada en el lugar que le corresponde como una de las bases del Estado, no como apéndice del Estado.
Si a esto quieren llevar la discusión, be my guest. Estamos hablando de un asunto político.
Yo soy de las que busca construir el Estado a partir de la nación. Sobre la cultura, el patrimonio y la historia comunes que apuntalan el concepto nación. Los valores esenciales que determinan la identidad de nuestro pueblo no están en entredicho. El concepto de Estado sí y ese incluye desde el territorio hasta el orden jurídico. Desde ese punto de vista, para mí la cultura tiene que ser pilar de la nación y del Estado. Ambos.
Lo que quiero decir es que yo veo la cultura desde mi punto de vista como socialista, independentista y sobre todo anticolonialista. Y voy a seguir haciendo todo lo que esté a mi alcance para movernos en esa dirección que en esencia es la de la soberanía nacional.
Estipulado esto, añado que no es necesario ser lo que yo soy para reconocer la cultura como columna de asentamiento del Estado, no como una corporación autónoma del Estado. Lo que nos debe llevar a otro plano de la discusión; el mismo que han recorrido tantos países en el mundo con la ventaja de que lo hacen desde sus posiciones de países soberanos y no tienen que partir de cero. En esos países la cultura está ya bajo la tutela del Estado. En muchos de ellos, la política cultural del Estado es parte de su Constitución, no tarea de una corporación cuasi pública.
A lo que voy es que la discusión de nuevas políticas culturales a tono con los tiempos son tema común alrededor del mundo. La discusión de la cultura como eje también económico de los países ya no espanta a nadie. A nadie se le ocurre pensar que estamos hablando de convertir la cultura en fábrica de pantaletas o pasteles.
Estamos hablando de organizar nuestros recursos para que el quehacer y la gestión cultural sean más eficientes y productivos para todos. Repito lo que propone el joven gestor cultural Javier Hernández como los tres ejes que articulen un nuevo diseño organizacional que flexibilice la institucionalidad: “el patrimonial, que debe encargarse de la conservación y preservación; el de la vinculación cultural a la educación, y el de las industrias culturales y cómo en ellas se estimula la demanda cultural que a su vez se utilice como motor de desarrollo económico.”
No veo cuál es la ciencia complicada o el desprecio al pasado de este nuevo pensamiento.
Algo que me da un poco de gracia es que en el devenir de esta discusión parece haber un patrón de edad al que no me adhiero. ¿O es que no se han dado cuenta de que han creado dos bandos que parecen diferenciarse por la edad? ¿Tampoco se han dado cuenta de que para la nueva generación de gestores culturales el ICP no es lo que fue para las anteriores? Que para ellos es algo parecido a un dinosaurio. Wake up!
A veces pienso que están peleando solos por una entelequia, una ilusión que solo existe en el imaginario de una nostalgia. Porque honestamente no conozco a nadie que quiera de veras de veras destruir lo que queda del ICP. Algunos por respeto, otros por pura indiferencia. Otros, los más cínicos, están dispuestos a envolvérselos en papel de regalo. Para muchos el Instituto ni siquiera es el issue. Es el non issue.
Por eso no hablan de reconstruir el templo. Ni siquiera de desmitificarlo porque ya está desmitificado. Hablan de otra cosa. Esa cosa no se circunscribe a la institucionalidad que se pretende flexibilizar. No se circunscribe a un ministerio o a una corporación pública aunque en algún momento habrá que albergarla en uno de ambos o en otro aparato público. Esa cosa es mucho más compleja: una política cultural coherente que construya sobre el pasado, viva en el presente y nos de un mejor futuro.