Sin biblioteca
En cuanto el conferenciante empezó a hablar les entró desasosiego. Iban a tratar otra vez de convencerlos de que ir a la biblioteca era un deber, como cuando la abuela les preguntaba en las visitas de cumpleaños si estaban yendo a la iglesia o al templo todas las semanas. Los viejos todavía estaban viviendo en la edad de piedra, hablando por teléfonos amarrados a la pared y leyendo las noticias en los periódicos. La realidad estaba en otra parte. Si uno necesitaba cualquier información uno la buscaba en el aparato que uno tenía todo el tiempo en la cintura, en el bolsillo o en la cartera. ¿Cuándo murió George Washington? ¿A cuánto se estaba pagando el litro de gasolina? ¿Cuál era el tratamiento para las varices? Era cuestión de apretar botones, de deslizar las yemas de los dedos por la pequeña pantalla. Todo se encontraba en un momento. Si no estaba en la red, no valía la pena saberlo.
¿Por qué había una semana de la biblioteca y no celebraban en vez una semana de la red? Eso sí sería interesante, gente que hablase de cómo entrar en los chats de profesionales de la banca o cómo comprar barato en los sites españoles o italianos. Un sombrerito del Tirol, una pipa turca, eso daría a uno un cierto aire exótico en el pub y uno podría inventar historias de haber viajado en Navidades por los Alpes o las islas del Mediterráneo.
¿Preguntarían en el examen de la clase qué había dicho el conferenciante? Por supuesto que no, había tanto mas material que cubrir. Además la profesora o el profesor nos dejó aquí y se fue al pasillo a conversar con sus amigos. Nos han zampado aquí como a los viejos esperando una cita con el médico, con revistas, una pantalla y alguien vigilándonos.
No lo puedo creer, el conferenciante está hablando sobre libros. Me recuerda la maestra de tercer grado. Amar a los libros. La sabiduría antigua. El libro compañero de toda la vida. ¿Es que no se ha enterado de que ya los textos de las clases se leen en la pantalla y no en papel? Te imaginas, mis viejos cargaban mochilas llenas de libros a la universidad todos los días, se pasaban horas en las librerías de Río Piedras buscando textos que los profesores habían asignado pero que hacía veinte años estaban agotados. El profesor sacaba sus tarjetas amarillentas y daba su conferencia sobre el Cid Campeador, y ellos apuntando como locos en sus libretas, qué fue lo que dijo, cómo se deletrea, hasta que página hay que leer. Luego corrían a la sala de referencia, a ver si todavía no habían sacado el comentario que había que leer para el examen, y solo había tres copias. Pobres viejos, perdieron su juventud entre libros.
Saber sobre la Revolución Francesa no me va a conseguir un trabajo. Y mira que está difícil la brega. Antes aparecían los trabajos en los negocios de comidas rápidas o en Plaza las Américas, pero ahora aun la gente que se ha graduado de universidad no quiere dejar las 20 horas semanales que tiene de trabajo. Es que no hay más nada. Imagínate, llegar a tener 40 años y todavía trabajando 20 horas a la semana en un comeyvete. Mejor no graduarse, mientras la beca dure aquí hay gente de la edad de uno con quien compartir.
Por otro lado, uno tiene que soportar muchas cosas como estudiante. Vienen y te dicen que el trabajo que entregaste no sirve, que lo que entregaste lo sacaste de Wikipedia o del Rincón del Vago. Pero qué tiene de malo Wikipedia? Ahí están todos los Grandes Hombres y Mujeres, con sus fechas de nacimiento y muerte, las batallas y las elecciones que ganaron, los premios que les dieron. Qué mas quiere el profesor? Dice que lo que entregué sólo tenía información, que no había análisis, que no había discusión de distintas posiciones sobre el tema. Pero dónde yo voy a encontrar esas cosas? Lo importante son los nombres y lo que hicieron.
El profesor dice que los datos sin análisis y sin discusión no dicen nada, que hay que comparar posiciones de distintos autores sobre un mismo tema, que la investigación consiste en contestar a cabalidad una pregunta central significativa. Válgame Dios, qué embelecos son esos! Mi maestra de séptimo grado nos enviaba a la biblioteca a buscar la biografía de Betances, la bibliotecaria ya tenía una página preparada y nos la fotocopiaba, aquello daba gusto, era eficiente. Ahora si tu entras a una biblioteca ya te están regañando porque no sabes exactamente lo que buscas. Tan fácil poner una cosa en el buscador de la computadora y te salen treinta mil posibles pistas. Si lees las primeras cinco ya está, con eso tienes el trabajo hecho. Loco, las bibliotecas ya están obsoletas, deberían botar todos los libros y sólo tener computadoras.
Los otros días una profesora empezó a despotricar diciéndonos que si nosotros creíamos todo lo que leíamos en la pantalla no teníamos capacidad crítica. Qué sabe ella de capacidad crítica? Yo sé cuando alguien está bien vestido o mal vestido, cuando alguien lo hace bien o mal, y la manera como ella combina su ropa no dice mucho de su capacidad crítica. Pero el estudiante lo tiene que soportar todo. Decía que la diferencia entre un trabajo profesional y algo escrito por aficionados, es que el trabajo profesional está evaluado por pares, mientras que el aficionado pone lo que le viene a la cabeza. No es verdad. Yo tengo un primito de 14 años que sabe poner cosas en internet, escribe cosas sobre Puerto Rico o el deporte, se las circula a sus amigos, y estos le sugieren artículos de periódicos, y cuando ya lo tiene listo, lo pone en la red, y pronto va a tener su propia enciclopedia. Si vieras la cantidad de gente que lo consulta!
Otro profesor insiste en que hay que consultar las fuentes originales. Será que habrá que meterse a espiritista. Las fuentes originales están ya todos muertos, quién queda vivo de la batalla de Waterloo o la coronación de Carlomagno? Él insiste que no, que hay que venir a la biblioteca a buscar los documentos de la época. Pero si esos documentos se los comió ya la polilla o están en francés! Yo no voy a estar viajando los fines de semana a Washington para leer el Tratado de París. Que se contente con el tiempo que paso copiando cosas.
En fin, que no es fácil ser estudiante hoy día. Y encima, siguen con la cantaleta de que hay que ir a las bibliotecas y pasar tiempo leyendo. Eso es para cuando está lloviendo: cuando yo tenga un trabajo en Plaza habré salido de todo esto.