Papel
“Ninguna de mis niñas me va a complacer con una nieta de papel. Quiero una sobrina que lleve por nombre Papel”. Esa frase sencilla y perturbadora me voló la cabeza desde que la leí en uno de los muros de expresión que tan famosos son ya en internet.
Si no me equivoco fue en el de la amiga y escritora Mari Mari Narváez. Por la respuesta, estoy casi segura de que fue en el suyo. Si mal no recuerdo, la recipiente del mensaje le contestó a su tía algo a los efectos de que no estaba segura de parir y mucho menos de torturar una hija con ese nombre: Papel.
No sé de dónde partió la ocurrencia ni si existía una historia anterior que la validara y justificara el inusual comentario. Yo solo me ubiqué en lo posible. En la locura y poética posibilidad de que existiera una niña de nombre Papel.
Y me la imaginaba ya crecidita y respondiendo al peculiar nombre que le regaló su tía, y a Papel jugando junto a sus hermanas y hermanos que de seguro llevarían nombres igualmente peculiares como Tijera, Letra, Cuaderno, Letra, Rima, Poesía. ¿Palabra?.
En más de una ocasión me he preguntado de qué están hechas las palabras, por qué nos seducen tanto, porqué nos hacen tan felices, por qué le damos tanto peso, a ellas, a sus sonidos, a sus sentidos y a sus significados.
Cómo se explica el amor que sentimos, los que lo sentimos, por las palabras.
Ese amor que siente como un ultraje cualquier error gramatical, que las sufre como si fueran hijas cuando otros las deforman, las utilizan, las abusan, las violentan.
Así como hay teorías para explicar el sexo, la pasión, el odio, el crimen, el punto G y el punto X, teorías para explicar la venganza, el gusto, las ganas, los deseos, los impulsos, debería haber teorías para explicarnos científicamente el amor por la palabra.
Un amor que puede ser íntimo como el de la pareja o puede convertirse en uno abierto, extendido, exhibicionista incluso. Un amor colectivo donde de momento, de golpe y porrazo, estamos todos universalmente conmovidos por la misma palabra. Ese amor que se nos derrumba como cuando asesinaron a Facundo Cabral y fueron sus letras y canciones las que corrieron a salvarlo de una muerte fatal. Aquel amor que cuando muere un poeta, un escritor, un amante literario, nos morimos todos con él o con ella y sólo lo salva de la muerte la lectura en alta voz, la convocatoria del micrófono abierto. Los velorios de palabras.
Y de amores como esos ¡claro que es posible que pueda nacer una niña que se llame Papel! Yo soy Papel. Yo fui Papel. Y me crié en un ‘office shop’ antiguo.
Igual que a los ebanistas y a los carpinteros le gustan las ferreterías, a mí me han apasionado siempre esos lugares que ya casi no existen, las papelerías. Bazar le llamaban en Ponce al que más me gustaba. El Bazar Atocha, que ni era bazar ni estaba en la Atocha sino ubicado en la calle Isabel, muy cerca de donde actualmente vivo y tengo mi negocio, en plena zona histórica, en el casco ponceño.
El Bazar Atocha fue la refundación del Bazar Otero, de Olimpio Otero, un comerciante víctima de la depresión de 1929; al reabrir se reinventó y pasó de ser una tienda de música a una que enfatizaba la papelería, los artículos de oficina y los efectos escolares. Permaneció abierto por más de un cuarto de siglo. En su época próspera en la época de los 70 hasta un ‘jingle’ tenía. Se pasaba por la emisora local WPAB:
(Bazar Atocha
tiene lo propio
para el escolar
En materiales
para oficina
nos especializamos
Es tradición ponceña
experiencia y lealtad
Si es para el escolar
Bazar Atocha-a-a-a.)
Y hacia allí, siendo escolar me escapaba siempre que podía para estar entre los cuadernos, las libretas, los lápices #2, los bolígrafos de punta fina. Allí era una tonta feliz entre carpetas, ‘papeles de argolla’ o ‘de maquinilla’ como le llamábamos antes de que la tecnología los cambiara por términos como ‘multipurpose’, ‘glossy’, o habláramos en términos de ‘printers’, ‘xeros’ ‘faxes’ o termales.
Igual que un cocinero tienta las carnes en un puesto de mercado, yo me recreaba en voltear las ‘tarjetas index’, los papeles de construcción en colores, las cartulinas grandes, las pizarras, las tizas, los ‘bulletin boards’ de corcho. Hasta los ‘sobres manila’ eran un placer insospechado.
Y por supuesto que cuando Papel creció igual se dejaba seducir por aquella papelería y recorría los pasillos haciendo el amor en palabras, bebiéndose el vino de la tinta china, marcándose para siempre.
El amor por las palabras no es como otros amores que te dejan, que se mudan, que se pudren con el tiempo. Es un amor perpetuo, eterno, duradero.
Es el amor que ahora contra viento y marea pelean Peri (Coss) y el equipo de 80grados. Y cuando frente a la pantalla de la computadora voy tecleando pensamientos, esbozando ideas, peleando argumentos para ser publicados en la Revista levanto la frente y me doy cuenta de que lo que tengo dibujado ante mis ojos en la computadora es un señuelo de página… un papel.
Ahí está. No se ha ido. No lo puedo tocar como cuando era niña. No lo puedo estrujar ni echar al zafacón inconforme con lo que he escrito pero está ahí. La tecnología me ha cambiado su forma.
Y 80grados me ha ofrecido el cuaderno, la pizarra grande, la del colectivo. Un colectivo que tenemos que alimentar, proteger, crecer, potenciar. Para eso, además de escribir y de leernos tenemos que sumarnos a la aventura completa. Que no sea solamente Peri el que se levante con el susto en la mirada ante la duda de si estamos ante un proyecto efímero o duradero.
Hay que sumarse con palabras pero también con actos concretos. Con gusto pero con compromiso de hacer posible ese sueño de “una empresa social basada en la autogestión y la solidaridad”.
Justo en este momento que la Revista goza de gran prestigio y que un donante anónimo ha pagado por el mantenimiento técnico de un año, nosotros, los lectores, los autores, fundadores colaboradores, amantes del papel y las letras, debemos adelantar la campaña de donaciones que 80grados (pulsar aquí) requiere para seguir peleando por su futuro.
Un futuro de ideas, de calidad, de pensamiento y acción.
Perdonen que haya aprovechado mi columna para esto, pero si no, no vale.
O si prefieren, piensen que se los está pidiendo una niña de nombre Papel.