La criminalidad: un fantasma de mi gaveta
Todos y todas hemos estado en la situación de tener que caminar o tratar de orientarnos en un cuarto o lugar más o menos oscuro. Quienes han tenido esta experiencia bastante común en estos tiempos de huracanes, saben que cuando se quiere mirar un objeto en esas condiciones lo mejor es no mirarlo directamente. Si se le mira directamente el objeto o no se ve, o se ve muy borrosamente. Lo mejor es mirar un poco al lado del objeto o más allá del objeto: de esa forma se le ve más nítidamente. El problema de la criminalidad es un caso parecido: si se le mira directamente (como hace la prensa y la TV diariamente, por ejemplo) se entiende muy poco. Veremos algo impactante pero que poco ayuda al entendimiento: los cuerpos de las víctimas, los acusados cubriéndose el rostro, el Jefe de la Policía exigiendo la pena de muerte. Algunas de las tragedias que observamos nos conmueven. Sin embargo, para entender el problema hay que retirar la vista de estos hechos, por preocupantes que sean, aunque nos hayan tocado de cerca. Hay que mirar más allá: a lo que las Noticias no incluyen en sus reportajes.
El tema es amplio: veamos uno de sus aspectos. No es ningún secreto que buena parte de la actividad criminal en Puerto Rico está relacionada con el llamado narcotráfico. La palabra es reveladora: el narco-tráfico es antes que nada una actividad comercial. Como toda actividad comercial intenta suplir un mercado. Y el objetivo de esa actividad comercial, como de cualquier actividad comercial, tampoco es un secreto: el objetivo es obtener la mayor ganancia posible. El objetivo es acumular grandes fortunas privadas. ¿Acaso no es la sociedad capitalista una sociedad en que cada cual debe dedicarse a la defensa de sus intereses particulares; una sociedad en que el egoísmo de todos, debe generar el bien común, en que los empresarios –intentando asegurar sus intereses y aumentar sus ganancias—se ven obligados a detectar qué deben lanzar al mercado, de acuerdo a lo que el mercado exige; una sociedad, en fin, en que la búsqueda por cada empresario de su ganancia máxima alegadamente asegura la mayor eficiencia y la satisfacción de las necesidades del público?
En ese sentido los narco-traficantes no son otra cosa que buenos y ejemplares empresarios, que mueven sus actividades a los lugares de producción o a los mercados donde mayores ganancias pueden obtener. ¿Por qué ganar $50,000 cuando se puede ganar $500,000? En ese sentido, los que trabajan en este sector se comportan también como buenos actores de la sociedad de mercado: es mucho más lo que pueden ganar trabajando en este sector que en otros. ¿Por qué ganar $5 la hora, cuando se puede ganar cincuenta veces eso? Por otro lado, en la economía de mercado la competencia decide quien sobrevive y quien va a la quiebra. Esa competencia entre empresas lleva a guerras por mercados (desde guerras de precios, pasando por guerras publicitarias, hasta guerras ‘comerciales’ con leyes de aduanas, etc. hasta incluso conflictos militares). La economía del narcotráfico opera de acuerdo a las mismas reglas: las reglas de la competencia, de la lucha por los mercados. Que en el mundo del narcotráfico la muerte y no la quiebra pueda ser el resultado de una mala decisión empresarial no quita que esa economía ilegal no es más que la hermana de la economía de mercado: no es una economía o una actividad separada de esa economía capitalista, que funcione con reglas distintas. Es un sector más de esa economía: su lado subterráneo.
En ese sentido resulta lógico y emblemático que una de las primeras aventuras del imperio británico en el Oriente fueron las llamadas Guerras del opio. Esas no fueron guerras para acabar con el tráfico de opio por los chinos. Al contrario, fueron guerras para obligar a los chinos a abrir sus puertas a los traficantes de opio ingleses (lo traían de la India). En la actualidad, cuando los países desarrollados se presentan ante el mundo como los enemigos de «la droga», conviene recordarles ese regalo inicial del imperialismo al Tercer Mundo.
En otras palabras: si la economía de mercado es marcadamente desigual; si el gran excedente producido por los trabajadores se acumula en manos de unos pocos; si unos pocos países atesoran la riqueza del planeta; si en todos un abismo cada vez más grande separa a ricos y pobres; si los que trabajan se ven sometidos a condiciones de trabajo y empleo cada vez más inseguras; si el trabajo se precariza; si millones son excluidos no solo de toda actividad empresarial lucrativa, sino de todo empleo o ingreso estable; si todo se privatiza y todo acceso a todo bienestar depende del acceso al dinero; si todas esas condiciones se dan, entonces, ¿qué de extraño tiene que miles deseen escapar de esa sociedad infernal de algún modo y aunque sea por unos momentos? ¿Qué de raro tiene que cientos de personas –que han asimilado el espíritu empresarial de la sociedad de mercado como quisiera Milton Friedman—vean en este hecho una gran oportunidad: un mercado de oportunidades? ¿Qué de extraño tiene que no sea difícil encontrar empresarios que asuman los riesgos de estas inversiones? ¿Qué de extraordinario tiene que los que deseen establecer tales empresas encuentren miles de posibles reclutas que emplear? ¿Acaso no genera la sociedad de mercado desempleo masivo?
En otras palabras: lo raro sería que una economía capitalista no generara esta sombra que siempre la acompaña. Lo raro sería que una economía colonial como la nuestra, en la que reina mayor inseguridad, más desigualdad, menos oportunidades para los jóvenes, este fenómeno no se manifestara de manera acentuada. De igual forma lo más lógico es que el problema se agudice cuando el capitalismo entra en periodos de crisis, de mayor desempleo e inseguridad, de más lento crecimiento económico, como ocurrió desde mediados de la década del 1970 en Puerto Rico.
Lo que hasta aquí hemos dicho también nos ayuda a entender por qué el gobierno no puede enfrentar los problemas, las dinámicas, la lógica, las ideas que genera esta sociedad de mercado. Un gobierno de empresarios no puede hacer eso. Un gobierno de privatizadores que pretenden desmantelar el sector público no puede hacer eso. Un gobierno que como el que encabeza Pedro Rosselló tenga como consigna la frase «que el mercado decida», no puede hacer eso. Esos gobiernos aceptan todas y cada una de las premisas económicas y sociales del narcotráfico. Por eso su única respuesta es a la larga la represión, la construcción de más cárceles, la pena de muerte, la limitación de los derechos democráticos (como la fianza), la censura (del rap o materiales de contenido sexual, por ejemplo), incluso las intervenciones militares (desde un residencial hasta un país, como Panamá). No entienden que en esta sociedad en que vivimos, como ha dicho un crítico de la llamada «guerra contra las drogas», poner a un traficante en la cárcel tan solo crea una nueva oportunidad de empleo.
La verdadera solución a este problema va en otra dirección. Pasa por el fortalecimiento de los islotes de apoyo mutuo, solidaridad y auto-organización que son las organizaciones obreras, de mujeres, de jóvenes, comunales, ambientales, de gays y lesbianas, etc. Implica una lucha por esos grupos por una sociedad más libre, igualitaria, en que todos tengamos garantizadas las condiciones para una vida digna. Esto quiere decir: ingreso seguro, vivienda, escuela, hospital, salario, jornada laboral más corta, servicios de cuidado diurno, derechos reproductivos. La solución del problema también exige descriminalizar toda una serie de actividades: como la marihuana, como la prostitución. Y exige atender el problema de la adicción (que debe separarse del uso no adictivo de ciertas sustancias) con programas creativos a partir de la medicalización o algún tipo de medida similar. Implica acabar con el encarcelamiento de miles que no han cometido actos violentos (en EUA más de 250,000 personas están encarceladas por la mera posesión de alguna sustancia narcótica). Implica luchar contra las falsas soluciones de la censura y la represión. Implica, como indicamos, ver claramente el problema del crimen mirando más atentamente a la oscuridad que lo rodea: la «sociedad de mercado». O como se decía antes de que se acabara la historia: el capitalismo.