El gobierno de los expertos
Un frío análisis de política pública de este específico incidente afirmaría que en el peor de los casos, seguir los dictámenes de la astróloga de San Francisco no acarrearía ninguna consecuencia devastadora para esa nación. Y en todo caso, en el mejor de los casos, si acaso las órbitas de los cuerpos celestiales fuesen efectivas en transformar las trayectorias de los misiles nucleares, tal vez se experimentaría algún beneficio, por ínfimo que fuese. En una situación en que no hay nada que perder y tal vez algo mínimo por ganar, fuera de otras consideraciones, resultaría aconsejable seguir fielmente la lectura astrológica de la consejera personal de la Primera Dama. Pero como siempre se debe desconfiar de la aseveración de “fuera de otras consideraciones”, hay un asunto que no debe pasar desapercibido en este cálculo utilitario. El mandatario que toma decisiones de política pública siguiendo el consejo de un astrólogo, pitonisa o mentalista, revela con ello su pobre juicio al escoger a sus consejeros. Por consiguiente, quienes repiten el sainete de injuriar a asesores y exculpar a mandatarios, inadvertidamente insultan al mandatario por no saber escoger a sus propios asesores.
Este discurso de los expertos volvió a resurgir en días recientes por un comentarista radial de mucha popularidad quien ofreció una simple respuesta para enfrentar la actual crisis de salud: hay que encerrar en un hotel por un fin de semana a las tres personas que más saben de salud en Puerto Rico para que se pongan de acuerdo y elaboren el plan para salir de la actual crisis en salud. Para el comentarista, estos expertos eran el Dr. Jorge Sánchez, el Dr. Eduardo Ibarra y el Dr. Ibrahím Pérez. La premisa implícita de esta propuesta, con tonos de cónclave papal, radica en la idea de que nuestra crisis en salud se debe a que los gobernantes no han escuchado atentamente el juicio de los expertos. Si tan solo siguiéramos el consejo de los expertos, se acabaría la crisis.
Me pareció estar de vuelta en el siglo IV antes de nuestra era, época en que Platón dialécticamente llegó a la conclusión de que la clase que debería regir a la sociedad es la clase de los gobernantes y filósofos, gobernantes que pudieran filosofar y filósofos que pudieran gobernar. Esta idea del gobierno de los expertos demuestra un profundo desconocimiento de la naturaleza de la crisis en Puerto Rico y en el mundo, encarna una visión elitista de la sociedad, está reñida con los principios básicos de la democracia y representa no estar al día con debates en política pública, pues todavía defiende posiciones que se criticaron desde la década del 1970 por el afamado profesor de derecho constitucional de la Universidad de Harvard, Lawrence H. Tribe (Policy science: Analysis or ideology? Philosophy & Public Affairs, 1972). En esta columna, me propongo analizar esta idea del gobierno de los expertos y presentar por qué es dañina para nuestro país. Como punto de contraste, presentaré el modelo de elaboración de política pública que fundamenta el Proyecto de la Cámara 1185, en el cual son los propios ciudadanos de diversos sectores quienes elaboran la política pública.
Contra los expertos en salud
La idea del gobierno de los expertos, o tecnocracia, se fundamenta en la creencia de que las personas más cualificadas en asuntos técnicos, usualmente científicos o ingenieros, tienen la capacidad de utilizar los avances de la ciencia y la tecnología al servicio de la sociedad. Auxiliados por la ideología del alto modernismo –esa visión distorsionada de la realidad que inspira una confianza incuestionable en la planificación científica, tanto de la sociedad, como de la naturaleza– los tecnócratas defienden el elitismo típico de quienes suelen ignorar la voluntad popular, pues, de acuerdo a ellos, las masas del pueblo carecen del conocimiento científico para entender y apoyar sus reclamos (James C. Scott, Seeing like a State: How Certain Schemes to Improve the Human Conditions Have Failed, 1998). Con la convicción de que la ciencia está de su lado, la tecnocracia entiende que sus planes irremediablemente traerán el progreso, por lo cual son fanáticos de los proyectos a gran escala, dándose el lujo de ignorar o incluso despreciar la propia historia local o nacional. En ocasiones, no es hasta varias décadas después de la implantación de estos proyectos que se observan sus desastrosas consecuencias.
Los defensores del gobierno de los expertos no han estado muy atentos a la debacle económica del mundo actual. ¿Acaso no fueron expertos los que diseñaron los productos financieros que nos han llevado a una crisis económica sin precedentes? Según nos explica David Harvey en su libro The Enigma of Capital and the Crises of Capitalism (2010), las hipotecas subprime, la especulación en el mercado inmobiliario, la promoción del endeudamiento de tarjetas de crédito y la elaboración de productos financieros respaldados a su vez por otros productos financieros, fueron todos estrategias diseñadas por las compañías con un ejército de expertos en el mundo de las finanzas. A esta situación hay que sumar el rescate financiero de los bancos, las billonarias sumas de dólares aportadas por los contribuyentes y donadas a los bancos para evitar su insolvencia. Se hace difícil justificar el tecnocrático gobierno de los expertos a menos que se tenga la ilusión de que los expertos en finanzas estén capacitados para conseguir la solución a los problemas que ellos mismos diseñaron con sus consejos técnicos.
Al observar nuestro sistema de salud se encuentra una situación lamentablemente similar. ¿Acaso no fueron expertos y catedráticos de la UPR los que diseñaron la estrategia de privatización del sistema de salud de Puerto Rico que desde hace años entró en crisis? Los que planificaron la venta de hospitales públicos a manos privadas se apoyaban a su vez en otros expertos, en los evangelistas de la “reinvención del gobierno” y siempre cargaban debajo del brazo el libro Reinventing Government: How the Entrepreneurial Spirit is Transforming the Public Sector. ¿Y quiénes deben ofrecer soluciones a la inmensa crisis del sistema de salud que los expertos crearon? ¿Los propios expertos?
Expertos desinteresados
En la década de 1970 se publicó un libro que se convirtió inmediatamente en un clásico del feminismo For Her Own Good: 150 Years of the Expert Advice to Women, escrito por las norteamericanas Barbara Ehrenreich y Deidre English. Los planteamientos que el libro hizo hace cuatro décadas son tan lastimosamente pertinentes para el mundo actual que en el 2005 se publicó una nueva versión del libro con el subtítulo de 200 Years of the Expert Advice to Women. Este libro presenta un argumento sencillo sostenido por múltiples ejemplos históricos y contemporáneos. Se debe sospechar de la validez de la sabiduría de los expertos, ya sean médicos, psicólogos o científicos, cuando son otros y no ellos los que enfrentarán las consecuencias de sus consejos. For Her Own Good documenta cómo esta camada de expertos, apoyados por los datos de las investigaciones científicas, dictaminaban prácticamente todo lo que constituía una mujer normal, la forma normal de parir, de cuidar hijos, de atender el hogar y de cuidar de su esposo y otros familiares. Ya que era muy difícil ser una mujer normal, o parir de forma normal, los expertos aconsejaban múltiples intervenciones médicas, quirúrgicas, farmacológicas y terapéuticas para “normalizar” a las mujeres.
Esta particular visión de género sostenida por los expertos varones de la ciencia exige que se cuestione la visión ortodoxa del científico desinteresado cuyos descubrimientos benefician a la humanidad. En la medida en que los expertos pertenecen predominantemente a la clase media o media alta, o a un género, o a un grupo racial o étnico, o sean estos financiados por empresas con intereses pecuniarios particulares, su visión de mundo estará teñida por su posición social o por los intereses económicos que representan. Siguiendo el argumento del libro de las escritoras feministas, Ehrenreich y English, en nuestro suelo insular se podría escribir un libro Por la Salud de los Pobres: 20 Años de Consejos Expertos sobre la Tarjeta de Salud. Dicho libro disputaría la validez del consejo de los expertos que diseñaron y reformaron la tarjeta de salud, a sabiendas de que cualquiera de sus consejos jamás les aplicaría, ni a ellos, ni a sus familias, pues nunca tendrían que usar los beneficios del plan que diseñaron. Aquí el gobierno de los expertos viola el principio básico de participación democrática, la defensa de que quienes más se verán afectados por una decisión tienen el derecho de participar en los procesos deliberativos conducentes a dicha decisión.
Expertos de dedo y expertos de clóset
En Puerto Rico es muy común la utilización de expertos a través de órdenes ejecutivas de La Fortaleza, esto es, nombrados por el dedo del gobernador, escogidos según el criterio del gobernador y que de antemano se sabe que responderán a la visión de mundo del gobernador. Este fue el caso del Comité Asesor sobre el Futuro de la Educación Superior en Puerto Rico, nombrado por el gobernador Luis Fortuño a través de una orden ejecutiva. El Comité Asesor elaboró un disparatado informe que recomendó una universidad con estrictos criterios empresariales, que eliminaría el derecho a la permanencia de los profesores, evitaría lo que Comité identificó como la creciente latinoamericanización de la Universidad y su imaginado cogobierno. ¿A quién le sorprende las conclusiones de este comité nombrado a dedo por el gobernador?
En contraposición con los expertos de las órdenes ejecutivas, quienes se conocen por nombre y apellido, se encuentran los expertos de clóset, aquellos quienes suelen hacer su trabajo desde la rama legislativa. Cada vez que se presenta un importante proyecto de ley a cuyas vistas públicas concurren múltiples líderes de diversos sectores del país, se aduce con bombos y platillos que el pueblo participa activamente en la formulación de la nueva política pública. Aquí se hace imperativo aclarar que la participación activa no implica una participación efectiva. Múltiples ponentes siempre presentan posiciones diversas, algunas de las cuales son incompatibles entre sí. Quien decide finalmente qué se incorpora a un proyecto de ley son los expertos del equipo de trabajo del legislador, quienes tienen que rendirle cuentas solamente al legislador.
Tomemos por ejemplo el Proyecto del Senado #15, para diseñar un sistema de salud con pagador único para Puerto Rico, presentado por el vice-presidente del Senado, José Luis Dalmau. Tras la innecesariamente larga y extenuante serie de vistas públicas, el Senador podrá aducir que su proyecto contó con una participación activa, aunque esto no implique una participación efectiva. Quien finalmente decidirá cómo será la estructura de gobierno del pagador único (¿bajo control político partidista como siempre?), si tendrá cobertura absolutamente universal o solo para residentes bona fide (léase, excluyendo a ciertos inmigrantes), o si habrá un sistema de planificación regional en salud que responda a estrictos criterios de necesidades demográficas y epidemiológicas, será el equipo técnico que asesora al legislador. Como resultado, la participación activa es puramente simbólica, un simulacro de democracia, pues se continúa con el gobierno de los expertos, en este caso, desde el clóset.
¿Hacen falta los expertos?
Cuando se reconoce que el gobierno de los expertos es profundamente antidemocrácito y elitista, pues desdeña la participación de las personas que más se afectarán con sus decisiones; es parcializado, porque se beneficia materialmente dependiendo del consejo que ofrece; y delusorio, pues crea una imagen de rigurosidad científica cuando en realidad se conocen de antemano los consejos a ofrecer, ¿no sería mejor prescindir de los expertos? ¡No! Una posición crítica de la función de los expertos no debe eliminar su aportación a la sociedad; debe subordinarla a procesos democráticos y deliberativos más amplios. Los expertos no están para tomar decisiones, sino para asistir con su conocimiento técnico a aquellos que deliberen democráticamente sobre los problemas más apremiantes del país.
Reconociendo el fracaso de los comités de expertos creados por órdenes ejecutivas, el Proyecto de la Cámara de Representantes 1185, para crear una “Comisión Multisectorial para organizar una Sistema de Salud Universal…” establece por mandato de ley que quien tiene que elaborar el plan para un nuevo sistema de salud serán los representantes de los propios sectores de nuestro sistema de salud (médicos, enfermeras, farmaceúticos, administradores de hospitales, pacientes, académicos, etc…). Lo innovador de este proyecto es que quien decide quiénes serán los representantes de cada sector en la Comisión Multisectorial, no es el dedo de La Fortaleza, sino los propios sectores. Por ejemplo, entre las profesiones que están colegiadas (medicina, enfermería y farmacia), serán los propios colegios los que elijan a sus representantes.
La Comisión Multisectorial tiene un mandato de ley que no está sujeto a debate por experto alguno, tiene que diseñar un sistema universal de salud y tiene que considerar entre las opciones de financiamiento un modelo de pagador único. Para poder ejecutar su mandato con la rigurosidad y la credibilidad que amerita, la Comisión tendrá que ordenar informes técnicos de carácter financiero, actuarial, demográfico, epidemiológico, e incluso, constitucional. Pero esta información técnica no suplantará el juicio de la Comisión Multisectorial, este será un elemento adicional que tendrá que aquilatar, junto con el resto de criterios de viabilidad política, de sensibilidad de justicia social, de una ética fundamentada en el derecho a la salud y de las prioridades que nuestra actual situación histórica requiere.
Creer y defender el gobierno de los expertos es como creer en un superhéroe que nos rescate de un peligro inminente, a través de una acción desinteresada gracias a sus superpoderes. En un sistema democrático, el grupo social de los superhéroes está para apoyar y no para sustituir los procesos deliberativos. Según nos explica Anayra Santory, nuestro subdesarrollo político y conformismo ha sido tal, que todavía no hemos entendido que la democracia hay que practicarla con la misma osadía como se practica un deporte extremo (El triunfo de la huelga estudiantil en Puerto Rico, 2010). El gobierno de los expertos ha sido un impedimento para nuestra puesta en práctica de la democracia. Nuestro enfermo y bochornoso sistema de salud se cura con más democracia, no con menos.