El aterrizaje de Alejandro I
La opinión de la gran cantidad de personas serias que se opusieron con razones de peso a la privatización del aeropuerto Luis Muñoz Marín fue «muy superficial», a juicio del Sr. Gobernador. Fue lo que contestó a la prensa, luego de anunciar que acataría el contrato leonino que heredó de Fortuño, pasando por encima de la oposición del 99% del pueblo que él dice representar y gobernar.
De manera que los economistas, abogados, comerciantes, trabajadores y hasta varios legisladores del partido del Gobernador lo que han expresado sobre este asunto han sido liviandades que no merecieron ser tomadas en serio por Alejandro I. A él lo que le importó fue «cumplir la palabra empeñada», aunque él, de haber estado en sus manos, no habría aceptado el contrato que le dejó Fortuño.
Oyendo las explicaciones del Sr. Gobernador para justificar su claudicación no pude menos que pensar en una frase que leí del ensayista uruguayo Eliseo Salvador Porta, quien en algún momento, aunque en otro contexto, aludió a «los que beben diarrea sin hacer muecas». Era lo que estaba haciendo frente al País quien hasta hace pocos meses juraba y perjuraba que en su Gobierno la gente sería primero. Bueno, a lo mejor fue que para la campaña electoral se le quedó incompleta la frase: la gente sería lo primero que él olvidaría cuando se tratara de atender el bien común, y por tanto él está cumpliendo.
Vuelvo al comienzo. Está claro que cuando Alejandro I –ojalá sea último, también– dice que la opinión de los opositores a la entrega del aeropuerto era «superficial» implica que era «poco seria». Ni siquiera se le ocurrió acudir al sobajado recurso de «yo respeto sus criterios, pero ellos no están en mi lugar», que aunque hipócrita es más tragable.
Lo que revuelca el hígado es que este honorable Gobernador que descarta razones contundentes de los opositores, pretende que creamos que son firmes y serias unas promesas que él dice haberles arrancado a los privatizadores y que éstos cumplirán puntillosamente.
Y veamos qué clase de promesas: Que los pasajeros no esperarán más de doce minutos para el trámite del check-in. En otra palabras, si llega el minuto trece y usted no ha terminado dicho trámite, usted llama a la Fortaleza y ¡queda rescindido el contrato con Aerostar! Otra lindeza: Si pasan cinco minutos y un pasajero no ha podido abordar un taxi… ¡también se rescindirá automáticamente el contrato!
Encima de que ni un tonto de capirote se engulle promesas tan ridículas y pueriles, Alejandro I quiere que creamos que actuó como un adalid en defensa del Pueblo, sin percatarse de que se encamina a gobernar por la vía de la precisión suiza, para enfrentar, reloj en mano, a los depredadores del patrimonio puertorriqueño. ¡Valiente manera de poner la gente por delante!
Caso que algún pasajero, ya el aeropuerto privatizado, confronte algún percance que le huela a incumplimiento del contrato por parte de Aerostar, tiene la alternativa de echar mano al teléfono y llamar a la comisión que designó el Gober para actuar de Cerbero que atajará los deslices de la empresa privatizadora.
–¡Aló! Oiga Sr. Víctor Suárez, es que llevo 15 minutos intentando hacer el check-in en el aeropuerto Luis Muñoz Marín y no me han atendido, y usted sabe… el contrato…
–Señora, ¿qué hora indica su reloj?
–Son las 9:25, señor.
–¡Eso es! Aerostar no ha incumplido. Su reloj está adelantado: Son apenas las 9:10.
Usted, que conoce las triquiñuelas de los burócratas para desentenderse de las quejas ciudadanas, no dice una palabra más, pero llama entonces a Igrid Vila, quien también es de la comisión, y sin siquiera saludarla adecuadamente le susurra:
–Igrid, ¿qué hora es en La Fortaleza?
–¿Quién habla? ¿Por qué hace esa pregunta?
–Es que estoy en el aeropuerto y…
–¡Ay señora, en La Fortaleza hay varios relojes y ninguno coincide con la hora del otro! Por eso es que aquí nunca se sabe con certeza la hora que es. Le puedo decir varias y usted escoge la que le convenga.
–No, olvídelo.
A estas alturas, usted ya hizo el trámite de check-in, pero insiste en denunciar a Aerostar y acude a Eduardo Bhatia:
–¿Habla el Presidente del Senado?
–Sí, soy yo, Eduardo Bhatia. ¿En qué puedo servirle, señora?
–Oiga es que entiendo que Aerostar, la empresa que se quedó con nuestro aeropuerto, incurrió hoy en violación al contrato…
Ahí mismito, Bhatia echa mano a su recién adquirida y tonante diplomacia, y corta en seco:
–¡Estoy harto de este tema!
Que ¿por qué yo tuerzo hacia la ironía y el sarcasmo un escrito que versa sobre un asunto de tan nefastas consecuencias para nuestro pueblo? ¡Ah! Porque es pecado mortal ahorcarme y es delito grave ahorcar a cualquier prójimo. Sugiero, pues, que todos quedemos en la espera de que las desacreditadas casas acreditadoras tan temidas por Alejandro I degraden a chatarra toda promesa de todo político por toda la eternidad. Y en espera de que el pueblo le imponga a Alejandro I un aterrizaje forzoso en el terreno de la honestidad a toda prueba, no la honestidad prestadita y de a ratitos que asomó y prevaleció en este resbalón aeroportuario.