¿Candidaturas independientes o nuevos movimientos?

cayetano ferrández
¿Alternativa personal-individual o programática y colectiva?
Hay que reconocer, para empezar, que el hecho de que una candidatura sea independiente, es decir, que no esté afiliada a un partido o movimiento, poco o nada dice sobre su contenido político, social, ambiental o económico. Pueden existir candidaturas independientes con ideas y propuestas regresivas, represivas y reaccionarias. Sin duda alguna, necesitamos candidatos y candidatas honestas y capaces. Pero también pueden existir personas honestas y capaces con ideas terribles. Es decir, el carácter independiente de una candidatura se refiere más a su forma que a su contenido, que puede ser muy variado. Pueden surgir candidatos o candidatas independientes que defiendan la privatización de la AEE («para acabar con la ineficiencia», dirán, por ejemplo), la reducción del gasto público («porque hay que ahorrar») o las escuelas chárter («porque son mejores») o construir sobre playas y bosques («para crear empleos») o introducir la religión en las escuelas públicas («para impulsar valores»), etc.
Estoy seguro de que nadie entre los que promueven la idea de candidaturas independientes, en asambleas de pueblo y otros foros, se dejaría engañar por tales excusas ni endosaría tales propuestas o programa. Pero esto quiere decir que todos y todas reconocemos que lo fundamental en una candidatura, incluso una candidatura independiente, es el programa y las propuestas que encarna, lo que el candidato o candidata entiende son las soluciones a los problemas del país. La honestidad y capacidad son requisitos indispensables, pero no bastan. Como dijimos, la honestidad, las buenas intenciones y la capacidad no están reñidas con la defensa de ideas y propuestas dañinas: de cualquier candidata o candidato queremos saber sus ideas y propuestas sobre los problemas que afectan al país, además de su probada honestidad y capacidad individual.
No hay duda, entonces, de que necesitamos candidatos y candidatas comprometidos y comprometidas con la gente y el ambiente; que pongan al pueblo antes que la deuda; que aspiren a mejorar y sanear el servicio público y no a privatizarlo para convertirlo en fuente de ganancia para unos pocos; que defiendan los derechos de las mujeres y la separación de iglesia y estado; que enfrenten las políticas de austeridad impuestas por la Junta de Control, etc. Pero si nuestros candidatos y candidatas comparten las mismas propuestas y el mismo programa, ¿qué sentido tiene que en el terreno electoral actúen cada uno por su lado? Sin duda deben ser independientes de los partidos tradicionales, pero entre ellos y ellas no hay razón alguna para que no colaboren, para que no se unan como defensores y defensoras del mismo programa y las mismas ideas. ¿Por qué la fragmentación si defienden lo mismo?
Su mensaje tendrá más impacto si se presentan al país, no como una serie de individuos aislados o separados, sino como parte de un esfuerzo colectivo, colaborativo y coordinado para enfrentar los problemas del pueblo. Lo que necesitamos, entonces, no son candidaturas independientes sino un proyecto compartido, con muchas candidaturas. ¿Cuál es la base de su agrupamiento? Precisamente las ideas y propuestas que comparten, el programa que presentan al pueblo como alternativa a los programas y la práctica de los partidos tradicionales. A tal agrupamiento de candidatos y candidatas se le puede llamar partido, movimiento, coalición, alianza o no usarse ninguno de esos términos. La palabra poco importa, pero el hecho es que se trata de una organización, definida por un programa y no de candidatos independientes.
Más aún: ¿por qué y para qué se están realizando decenas de asambleas de pueblo en plazas en todo Puerto Rico? Precisamente porque pensamos que tenemos que analizar y actuar, no individualmente, no independientemente unos de los otros, sino colectiva y colaborativamente. Se designan comisiones para elaborar propuestas sobre temas como ecología, desarrollo agrícola, seguridad, empleo, reforma electoral, educación, salud y muchos otros. El objetivo de todo esto es elaborar propuestas y exigencias compartidas. Entonces, ¿por qué candidaturas individuales? Nuestra intervención electoral para defender esas propuestas colectivas debe ser igualmente colectiva: no candidaturas independientes entre sí, sino candidaturas solidarias comprometidas con el mismo programa y que se presenten como una opción y alternativa organizada para los distintos puestos electivos. Lo más lógico es crear un nuevo movimiento, democrático, participativo, transparente, pero un movimiento al fin y al cabo, no candidaturas individuales.
Esto también tiene un aspecto práctico. Radicar candidaturas independientes supone recoger miles de endosos para cada candidato independiente (alrededor de 10 mil para cada candidatura por acumulación, 25 mil para la gobernación). Recoger 45 mil para inscribir un movimiento permite radicar candidaturas a todos los puestos electorales que se desee, desde legislador municipal hasta la gobernación. Conviene entonces, a los y las que comparten el mismo programa y las mismas ideas y que desean colaborar entre sí para impulsarlas, no inscribirse cada uno por su cuenta sino inscribirse como grupo, tendencia, movimiento o partido, según se prefiera llamar a ese esfuerzo colaborativo.
¿Son los partidos o su existencia el problema fundamental?
En ocasiones la propuesta de candidaturas independientes parece partir de la premisa de que la existencia de partidos es un mal que debemos combatir. Sin embargo, en cualquier sociedad siempre existirán diferencias de opinión sobre cómo atender distintos problemas. ¿Debe reconocerse el derecho al aborto a menores de edad? ¿Es la energía nuclear una alternativa aceptable a la energía fósil? ¿Debe permitirse el ejercicio privado de la medicina o debe socializarse? ¿Se debe eliminar la industria de los cruceros, dado su impacto ambiental? ¿Se debe reducir o alargar las condenas de cárcel por ciertos delitos? ¿Se debe poner una cuota mínima de mujeres en la legislatura? ¿Se debe reducir la edad de votar a 16 años? ¿Se deben aumentar o reducir los impuestos o cuáles se deben reducir y cuáles aumentar? Se podría llenar la página con más ejemplos. No es raro, ni objetable, por tanto, que las personas que favorecen distintas soluciones y alternativas se agrupen y organicen para impulsar esas opciones en la opinión pública y en el proceso electoral. El agrupamiento de personas en movimientos para impulsar ciertas ideas y presentar candidatos y candidatas que las defienden es parte del proceso democrático. No es algo que debamos lamentar o rechazar. Se trata de uno de los derechos democráticos fundamentales: el derecho de asociación. Lejos de lamentarlo, debemos ejercerlo, creando las asociaciones que nos permitan presentar, impulsar y lograr apoyo para nuestras ideas y propuestas, incluyendo en el terreno electoral.
El problema de fondo no son los partidos, ni el gobierno de los partidos, ni la existencia de partidos, ni la partidocracia, como a veces se dice. El problema es que vivimos en una sociedad en que las fuentes y medios de circulación de riqueza (las fábricas, los talleres, los grandes comercios, los grandes medios de transportación y comunicación, los bancos) son propiedad de una minoría. El problema no son los partidos, sino los que gobiernan a través de los partidos: no la partidocracia, sino la plutocracia. El capital. Las grandes fortunas. Los ricos. Póngasele el nombre que se prefiera.
Podemos realizar todas las reformas electorales que queramos (no es un argumento para que no se hagan, cualquier avance es bueno) pero mientras no cambiemos esa realidad económica y social no podremos atender adecuadamente los problemas más serios que enfrentamos. Ni siquiera la corrupción, que es un tema que muy justificadamente se menciona cuando se habla de los partidos dominantes. La corrupción no nace de los «partidos» o los «políticos» únicamente: ellos son un lado de la ecuación. La otra parte es un sistema económico en el que manda el dinero, regido por la ganancia privada y la acumulación privada de riqueza: para que un político se venda se necesita un interés privado que lo compre o que se beneficie. El problema de fondo, repito, no son los partidos. El problema son los partidos al servicio de una clase acaparadora y explotadora. La solución no son candidaturas independientes sino organizarnos para luchar contra esa clase gobernante. Organizarnos en todos los terrenos y también en el terreno electoral.
Como socialista, aspiro a que algún día las fuentes de riqueza mencionadas sean propiedad social y que se administren democráticamente de acuerdo a las necesidades de la gente y la protección del ambiente. En esa democracia socialista la gente también se agrupará en partidos y otras organizaciones para impulsar y promover sus posiciones sobre los muchos problemas que se plantearán. Pero tal democracia estará libre del cerco de la economía del acaparamiento privado en que vivimos. El problema, entonces, no es la existencia de partidos, es deshacernos de esa economía al servicio de unos pocos.
Contra los efectos de ese sistema económico explotador y corrupto se lucha en Puerto Rico desde hace mucho y constantemente. No hay que ser socialista para hacerlo. Lo hacen las uniones y sindicatos enfrentando la voracidad de patronos y de un gobierno patronal; lo hacen las comunidades y activistas ambientales cuando luchan contra el depósito de cenizas o la construcción de una incineradora; lo hacen las feministas cuando protestan contra los ataques a los derechos reproductivos y exigen acción ante la violencia de género; lo hacen los estudiantes cuando van a la huelga en defensa de la universidad del estado; lo hacen los padres y madres y el magisterio cuando protestan contra el cierre de escuelas; lo hacen las organizaciones LGBTTQ cuando protestan contra la discriminación y así se podrían dar otros ejemplos. El punto, sin embargo, es que todas estas resistencias son colectivas y organizadas.
Si algo enseña la experiencia de esas luchas es que la acción individual, aislada e independiente, por justa que sean sus exigencias, no alcanzará su objetivo. Si algo hacen los que se sienten convocados y convocadas por estos problemas es buscar a otros y otras que tengan igual inquietud. Se buscan para ponerse de acuerdo en sus exigencias y agruparse para, juntos y juntas, impulsarlas. Por eso, estas luchas generan, no activistas independientes, sino uniones, sindicatos, hermandades, colectivos, coaliciones, movimientos, alianzas, congresos, asambleas, federaciones, asociaciones y otras formas de organización. Si algunas organizaciones se consideran inservibles, se descartan, pero no se abandona la idea de la organización, sino que se trabaja para crear otras organizaciones. No hay razón alguna para pensar que la lucha electoral responda a la lógica opuesta de fragmentación y acción individual. Responde a la misma lógica: la necesidad de unirnos para formular nuestras exigencias colectivas, crear organizaciones que las defiendan y presentar candidatos y candidatas que las impulsen.
El autor participa en uno de los intentos de inscribir un nuevo movimiento. Pero aquí no nos interesa defender esa alternativa. Invitamos a los interesados e interesadas a examinarla y considerarla. Respetamos que alguien considere que no es la mejor opción. Pero sí pensamos, por las razones indicadas, que la opción que necesitamos no son candidaturas independientes, sino nuevos movimientos, construidos a partir de claras bases programáticas.