Arrebataos
Para Félix y Miguel, por lo conversado, porque sí
Detrás de mi hogar, un afanoso grupo de obreros termina la construcción de una iglesia fundamentalista del no se qué de la roca. Algo así. Antes, allí se ubicaba un taller de mecánica. Donde se reparaban cigüeñales, ahora se predicarán aleluyas para mantener la cosa corriendo. Justo al cruzar la calle está el residencial Villa España y más allá -como a diez minutos en bici- está Vista Hermosa.
Desde mi balcón, es digno de abultado gozo escuchar el reggaetón -¡tengo la punto cuarenta!- y los tiros al aire que se lanzan, cuando esos regentes del País, también conocidos como bichotes, coronan con algún jugoso cargamento. Sí, se trata de esas fiestas de las que todos decimos deja que te cuente, y en las que abunda el Don Perignon, variopinta de cervezas, perico, pasto, heroína y mucha fronteaera en tarima con tus cantantes favoritos del género, que sacan armas en público para el deslumbre del sensacionalismo, la primera joda, y la pichaera del heraldo policial de los derechos civiles. ¡Ah!, es que el chamaquito fañoso con ínfulas de Don Chezina y Scareface es sobrinito de los que hacen desinteresadas contribuciones políticas. Perdonen los inconvenientes.
Desde mi balcón, es indigno el destartalado alboroto del pericóptero de mi ciudad capital, que vela por la seguridad púbica del Indecentecumbente, cuando sale al ámbito público para hacer de las suyas, Cohiba en boca y whisky en mano, pelo a pelo con su nuno o duende, en busca de aventuras hasta altas horas de la noche.
Al siguiente día encienda la radio, para sentirse mejor, bien chévere, y escuchará los delirios del protomacho de armas tomadas. Si tiene la ventura de verlo en televisión, observará su demeanor de caja registradora desencajada. No ajuste su televisor o el recibidor del cabletevé. Nada tiene que ver con asuntos técnicos u audiovisuales la repetición del movimiento de cabeza y quijada.
Y así, sentado, espero arrebatarme con la mezcla de sonidos y estampas que colman la felicidad de mi dicha. Después de todo soy puertorriqueño, eso creo, y somos gente feliz, que se la pasa sonriendo. Un pueblo sonriente en negación ante una realidad más viscosa que la piel de nuestro amado coquí, coquí, coquí…
Salibo, al imaginar el sonido de las panderetas -¡y las Bose a to’ suiche pa’ que nos oigan allá arriba!– mezclado con el reggaetón y los tiros de los paris, el ruido del pericóptero y las sirenas de los forenses que vienen a recoger al asesinado más reciente. El último fiambre que quedó muy quedo en una escalerita azul. Como si a alguien le importara.
Arrebataos estaremos todos, cuando capeemos un poco de la palabra del señol para salvarnos de esta sobredosis de moralismo y hedonismo bruto. O quizá iremos al punto y le rogaremos al maravilloso tentempote, quien aunque no es digno de que entre en nuestra casa, una bolsita suya bastará para sanarnos. Terminaré de escribir este whatever, le daré print y lo enrrolaré como un moto. Digno de Cheech and Chong, le acercaré una llama. Quisiera arrebatarme de palabras: entender su nota. Irme en un viaje pal carajo.