42: Rompiendo barreras
Las películas de béisbol abundan y, como es de esperarse, las hay buenas, malas e indiferentes. “42”, que trata de la llegada del primer jugador negro a las grandes ligas, no puede ser ignorada. Es un filme apreciable a pesar de la superficialidad con la que examina el estado anímico del personaje principal, el gran Jackie Robinson.
Robinson no logró solo la hazaña de desafiar las convenciones absurdas de un país racista. La idea visionaria y humanitaria de terminar la segregación del “pasatiempo nacional” fue de Branch Rickey. Rickey había sido un pelotero mediocre con los Carmelitas de San Luis y decidió terminar su carrera como jugador y regresar a la universidad. Allí aprendió administración y la aplicó con gran éxito al béisbol y a su manejo de los Dodgers de Brooklyn. Era una personalidad imponente desde el punto de vista físico (jugó fútbol americano) e intelectual: inventó el sistema de “fincas” o de equipos de ligas menores que se usan para madurar los peloteros antes de que lleguen al circuito mayor. Se percató del abundante talento de los jugadores negros que estaban limitados a las ligas negras y a la pelota invernal en el Caribe. Como hombre de negocios que era, también sabía que la presencia de peloteros negros atraería una clientela desatendida a los parques de pelota.
Escogió a Robinson para ser el pionero de su raza en un juego que había sido, como todo, provincia de blancos únicamente. Lo hizo analizando los expedientes de muchos prospectos y tomando en cuenta el carácter del individuo. Quería a alguien que no peleara cuando lo increparan con epítetos e insultos.
La cinta nos va relatando las tácticas y argumentos de Rickey, su fe en Robinson, el apoyo que le dio sin titubeos, y el ahínco con el que persiguió su intrépida acción ante un público violento y despiadado y contra el sistema que controlaba el juego, que también se desbordaba en prejuicio y maldad.
Los incidentes que ocurren contra Robinson son réplicas de otros que hemos visto en películas cuyo tema es el racismo, pero aquí tienen el efecto adicional de dejarnos ver como la injusticia y el odio infectan y corroen todo lo que encuentran a su paso. Incluyendo algo llamado “pasatiempo nacional” que era únicamente para blancos.
Brian Helgeland, quien escribió el guión de las estupendas “Mystic River” y “L.A. Confidential”, escribió el de esta y la dirigió. Él nos presenta la historia con un gran sentido del suspenso que genera un gran partido que está cero a cero y ninguno de los equipos ha pasado de tres “hits”. Es bastante realista con los sucesos que describe y no le concede a las dos figuras centrales nada que no ocurriera. Sí hay un dato que ha sido ablandado en agua con vinagre. Leo Durocher, apoderado de los Dodgers fue suspendido del juego por un año por haber compartido con jugadores y apostadores ilícitos, no por haber cometido adulterio con una artista de Hollywood (Laraine Day, con quien eventualmente se casó, y se divorció). El lío fue muy hollywoodiense: en él también estaba involucrado George Raft. De todos modos vale señalar que Helgeland cita palabra por palabra lo que Durocher les dijo a los jugadores cuando quisieron protestar por la presencia de Robinson. Básicamente, que se fueran a buen lugar. No cabe duda de que Durocher contribuyó a la integración del equipo.
Jackie Robinson es representado muy bien por Chadwick Boseman, un actor que se ha destacado principalmente en la televisión. Uno recuerda a Robinson (estuvo en el Sixto Escobar en 1948) como un tipo grande de sonrisa fácil y agilidad mercurial. Así es Boseman y, de hecho, hay momentos en que se parece a la persona que representa. Lo único que no me gustó fue su escena cumbre, que me pareció demasiado predecible y, desde el punto de vista cinematográfico, demasiado llena de “luz celestial”. Robinson era un buen hombre, un gran jugador, un héroe y un ícono mundial de la humildad, pero no extraterrestre.
Harrison Ford hacía mucho que no tenía un papel en el que tuviera que actuar y ha estado ligado últimamente con dos o tres verdaderas bombas, pero en esta película me recordó que una vez hizo “Witness” y que fue Rick Deckard en “Blade Runner”. Ford se ha compenetrado con Branch Rickey y controlado un poco la mueca que siempre hace con la boca cuando tiene coraje, y resaltado las cualidades que permitieron que a Rickey se le conociera como el Mahatma (que quiere decir “gran alma” en sánscrito). Hay un sentido inescapable de solidaridad y empatía entre él y el personaje que al fin y al cabo rompió la barrera injusta que no permitía a jugadores de color en las grandes ligas.
Es un logro del director Helgeland que las escenas del juego son muy reales e interesantes. Un bombo de “foul” que atrapa Robinson sobre el banquillo de su equipo parece una toma en vivo. Asimismo, los deslizamientos en las bases del raudo jugador, tienen una coreografía creíble y precisa que pude entender hasta alguien que nunca ha visto un juego.
Hay una serie de detalles que les alegrará la vida los amantes del béisbol. Si cuando comienzan las primeras imágenes en la pantalla la están mirando, en vez de estar pendientes de sus celulares, verán una imagen de una alineación de los Dodgers con el nombre de Luis Olmo, nuestro primer gran jugador en las mayores. Fantaseo que es la del juego del 18 de mayo de 1945 cuando Olmo, jugando para los Dodgers, empujó siete carreras en un juego, marca que tomó mucho tiempo para ser superada.
La película merece un sitial junto a “Bull Durham”, “A League of Their Own”, “The Natural”, “Bad News Bears”, “Eight Men Out”, “Angels in the Outfield”, “Bang the Drum Slowly” y “Pride of the Yankees” (son mis favoritas) en la filmografía notable del béisbol
“42” no es un gran filme, pero es uno sincero y simpático, con buenas actuaciones, cuya edición (Ben Stitt), cinematografía (Don Burgess) y música (Mark Isham) son de alta calidad. Todos los niños y los adolescentes la deberían ver para entender que no siempre se debe de ser como los padres. Y todos los adultos, para que saquen de su ser cualquier vestigio de racismo que les quede.